Estaba claro que tras la adquisición de 20th Century Fox por parte de Disney, El planeta de los simios, una de las sagas más longevas del estudio y que más rentabilidad había obtenido en los últimos años no la iban a dejar descansar. Tras el buen sabor de boca de la trilogía, a modo de reboot, que arrancó en 2011 y se cerró en 2017, ahora Disney comienza una nueva trilogía basándose en aquel universo con El reino del planeta de los simios, una cinta muy inferior a aquellas, que necesita de 145 minutos para plantear su nueva aventura. Tras la cámara encontramos al sosainas de Wes Ball (El corredor del laberinto) y delante de ella a Freya Allan (The Witcher) como la humana y a Owen Teague (Reptiles) y Kevin Durand (Abigail) como los simios (es decir, voz y captura en movimiento de sus cuerpos).
Tras un breve prólogo (apenas un minuto) donde vemos el funeral de César (alma mater de la anterior trilogía), aparece un cartel en pantalla que reza: “Varias generaciones después”, es decir, que lo que vamos a ver poco o nada va seguir los pasos de lo anterior. Tres simios escalan el muro de una montaña para hacerse con unos huevos de águila. Simios y águilas ahora viven en perfecta comunión. Estos simios forman parte de un clan. Tras un par de escenas de presentación de personajes, aparecen otros simios y someten a estos para llevarlos al reino que se invoca en el título. No revelaremos más para que el espectador sea sorprendido. Y en esta caso es cierto. Se empiezan a lanzar ideas, muy buenas ideas (el culto a César como religión simia), pero no se desarrollan. Únicamente se centran en lo de siempre: simios buenos, humanos malos, y simios peores. Y para rematar la idea más loca, que tiene un telescopio de por medio, la dejan en el aire pero planteada. Es decir, El reino del planeta de los simios no ofrece nada satisfactorio en su aventura más allá de intentar entretener al respetable, algo que no consigue, pues a ratos es bastante aburrida.
Parte de esta aburrimiento viene propiciado por la dirección de Wes Ball. Al igual que le ocurrió con la trilogía de El corredor del laberinto, aquí sus escenas carecen de tensión, los planos pueden ser paisajes muy bonitos pero carentes de vida, y para rematar la faena hay planos donde los elementos posteriores estas en desproporción con los personajes. Puede que sea cuestión de perspectiva pero la realidad es que no le funcionan. De los fallos de continuidad en algunas escenas mejor ni hablamos, sobre todo en la ultima conversación entre la humana y el simio protagonista, fíjense en la manos de la primera. Al igual que pasaba en capítulos anteriores este nuevo episodio tiene cierto aire a western y en algunos momento se acerca al péplum, una combinación algo extraña.
Los simios son impecables, pero ya lo eran en La guerra del planeta de los simios hace 7 años y con 10/15 millones de dólares menos de presupuesto y con estrellas en el reparto (Harrelson y Serkis no son baratos precisamente). Es decir, que en ese aspecto no hay nada nuevo, y si hablamos de los águilas… a lo mejor los efectos ya no son tan buenos como en las anteriores entregas.
Dentro del elenco lo que más llama atención es la sonora y potente voz de Duran. El eterno secundario y su simio dominan la pantalla cada vez que están en escena. Respecto a los demás, poco más reseñable entre los principales. Destacamos a Peter Macon (The Orville) que interpreta a Raka, el imprescindible orangután cuasi anaranjado.
En resumen, Matt Reeves (The Batman) dejó el listón muy alto. Ball se intenta alejar y hacer algo ¿nuevo? pero no lo consigue, y en mayor parte es por el poco o nulo talento que tiene para genera tensión en las escasas escenas de acción. Lo que se plantea en la historia no sorprende y además, analizando el final, es bastante inconsecuente, pero cierta ideas pueden provocar una secuela interesante. Esperemos recaiga en algún director con más compromiso con el producto.
Lo mejor: Algunas ideas que propone (y esperemos desarrollen en capítulos posteriores)
Lo peor: La dirección de Wes Ball.
Puntuación: 3/10