Tras hacernos explotar la cabeza con la película palíndromo llamada Tenet, el director inglés Christopher Nolan (Dunkerque) se atreve con la biografía del físico teórico que inventó la bomba atómica: Robert Oppenheimer. ¿Héroe o villano?, una dicotomía que va persiguiendo a este director desde hace un tiempo es uno de los múltiples temas que se tratan en la inmensa e interminable Oppenheimer que llega a nuestras pantallas presumiendo de rodaje en 70mm con cámaras IMAX, que en nuestro país solo en algunas ciudades podremos degustar en dicho formato. Oppenheimer parece querer contar la historia más grande jamás contada y termina pecando de grandilocuente.
Oppenheimer es un biopic del físico neoyorkino centrado, principalmente, en el momento que cambió la historia mundial con la creación de la bomba atómica. Paralelamente Nolan, que también ejerce de guionista, nos cuenta “el juicio” al que fue sometido posteriormente por la creación de esta. Y por si esto fuera poco, también nos cuenta sus líos de faldas, sus amistades y enemistades con unos y con otros, y mil subtramas más que alargan el metraje innecesariamente hasta las 3 horas. Y es que uno de los problemas que tiene es que tras un primer acto excelente donde el personaje se debate entre sus estudios y sus dudas, la historia comienza a llenarse de personajes y eventos que, o poco interesan o los deja en el aire. Y conforme avanzan los minutos parece que caemos en un bucle donde muchas cosas resultan reiterativas.
Nolan es un gran director, y aquí encuadra los primeros planos como nadie. Digo primeros planos por que la película es en su gran mayoría diálogos interminables entre bustos parlantes. Eso sí, en 70mm, para que se vean bien grandes las interpretaciones. Es verdad, que cuando el director de Interstellar hace grandes planos generales le saca el mayor partido a este colosal formato, pero son los planos de situación donde se van a desarrollar sus interminables escenas de diálogos. En ningún caso podemos decir que Oppenheimer este mal dirigida pero algunos momentos, aunque quieran ser justificados por la paranoia del protagonista, se salen de lo clásico y sacan bastante al espectador de la trama general. Tampoco ayuda que quiera jugar a que el espectador se monte su propia idea de lo ocurrido en ciertos momentos, pues estamos ante una cinta con cierto rigor histórico, si quieres insinuar, explícalo, esto no es Origen, donde el espectador deba buscar su propia lectura de un acontecimiento. Tampoco ayuda que haya escogido el montaje que tanto le caracteriza (como si estuviéramos viendo un trailer) en vez de uno más tradicional. Y es que tras arrancar con un montaje paralelo del juicio y su vida, se empiezan a cruzar más historias paralelas hasta que llega un momento en que el espectador tiene que pensar dónde está en ese momento, y con esto consigue que alguno de estos desconecte para siempre de la cinta.
Rodar en 70mm equivale a conseguir una resolución en pantalla casi equivalente a un 13K. Esto se traduce en mayor definición, luminosidad (blancos y negros puros) y un color muy real. Es por ello, que es más que posible, que Hoyte Van Hoytema (¡Nop!) este año consiga el Oscar. Su fotografía en blanco y negro es espectacular.
Menos acertado, por momentos, esta el compositor Ludwig Göransson (Black Panther: Wakanda Forever), quien crea unos temas impresionantes que durante el primer acto están en perfecta sintonía con la cinta (y con los impecables efectos de sonido) pero en el segundo acto parece que la película va por un sitio y la música por otro (no es mala composición pero no apuntalan las imágenes que estamos viendo). A mitad del tercer acto parece recuperar la armonía y acaba con un tema espléndido, rozando lo épico.
La agenda de Nolan debe ser de aúpa. Quitando a Michael Caine (ha salido en casi todas sus cintas) no falta ninguno de los grandes que haya colaborado con él. Pero está claro que en la cinta hay dos figuras fundamentales y muy premiables. Cillian Murphy (Un lugar tranquilo 2), soberbio, impecable, nos trasmite cada uno de sus pensamientos con su intensa, casi ida, mirada. Y Robert Downey Jr. (Vengadores: Endgame) saliéndose de su estela de superhéroe para componer a un burócrata con un par de matices muy interesantes que tiene su culmen en sus últimos minutos. Menciones especiales para Benny Safdie (actor que también dirige junto a su hermano y al que debemos esa joya llamada Diamantes en bruto) que interpreta a un personaje a medio camino entre lo comprensible y lo desagradable y a Kenneth Branagh (Muerte en el Nilo), quien sus dos apariciones, con frases lapidarias, se hacen cortas pero intensas . Se echa de menos algo más de presencia de la siempre interesante Florence Pugh (Una buena persona), aquí bastante desaprovechada. Y Emily Blunt (Jungle Cruise) no corre mejor suerte. Quiza sea por que la trama de los personajes femeninos se ha desdibujado bastante en el montaje final.
En resumen, Nolan siempre ha sido un director que quiere controlarlo todo e intentar entretener al respetable. En lo primero se ha excedido queriendo hacer un imposible grandilocuente, y en lo segundo conforme pasan los minutos muchos se irán desenganchado a pesar de que gracias a su triturado montaje las tres horas de duración no llegan a adolecer en ningún momento, ni cuando se vuelve una cinta reiterativa. Oppenheimer prometía mucho más de lo que termina ofreciendo.
Lo mejor: La factura técnica es impecable.
Lo peor: Quiere contar muchas cosas cuando no es así.
Puntuación: 5/10