Viendo su filmografía, queda claro que Stephen Daldry (Las horas) es un director con talento. Pero también que es un espléndido manipulador emocional. Ambas cosas van de la mano. A veces eso funciona admirablemente bien, a veces no tanto y a veces despierta enconados debates, como el que provocó Tan fuerte, tan cerca, su plurinominada película que tan poca aceptación pareció tener entre la crítica y el público. Trash. Ladrones de esperanza es un filme mucho más cercano a este que a sus títulos más logrados, Billy Elliot o El lector. Probablemente, Daldry es consciente de cuándo le salen escenas de puro cine y cuándo cae en esa manipulación, y aún así se siente cómodo en la búsqueda de estas historias emocionalmente intensas nacidas de anécdotas curiosas.
Trash sigue a tres niños brasileños que malviven en una favela. La casualidad les lleva a hacer un hallazgo importante, algo que buscan personas muy poderosas y así comienza, al mismo tiempo, su huída para evitar a sus perseguidores y la investigación sobre lo que han descubierto. Con esa premisa, Daldry rueda una película frenética, de ritmo intenso, en la que busca la empatía de la forma más clara y directa. Por eso sus protagonistas son niños pobres pero honrados, que estudian y que trabajan, que saben tomar la decisión correcta (y que, además, lo proclaman así) y que cuando tienen que elegir entre el bien y el mal no sólo aciertan sino que reciben el justo premio.
Daldry, en ese sentido, toca con demasiada frecuencia los terrenos de la fábula como para que una película de un realismo tan buscado sea del todo creíble. Ese es su primer gran fallo, que por esas elecciones tan típicas en su filmografía acaba haciendo algo más previsibles sus relatos, incluso con el acertado juego de montaje que propone y con el exceso de información que hay sobre la película en el material que distribuye la propia distribuidora para que llegue no sólo a los informadores sino incluso al público. El segundo, la machacona insistencia en un tono musical para su película que, lejos de reafirmar el escenario en que acontece la historia (¿tan descabellado es ver una referencia a la tan alabada Slumdog Millonaire?), acaba siendo cargante e innecesaria.
En todo caso, eso no devora las virtudes de la película, que empiezan por ese ritmo trepidante, en el que la concatenación de escenas contribuye a la sensación de vértigo e incluso soluciona la al principio algo artificial presencia de dos actores de Hollywood (Martin Sheen (The Amazing Spider-Man) y Rooney Mara (Efectos secundarios)) en un ambiente completa y absolutamente brasileño. Continúan los puntos fuertes de Trash con la crítica social que le sirve de motor, no sólo enfocada hacia la pobreza de Brasil sino sobre todo a la corrupción política y policial. Esos mensajes no son tan tramposos como sí pueden serlo cuando Daldry cae en lo emocional, aunque en el tramo final hay alguno muy poco sutil y casi previsible hacia el Mundial de fútbol que se jugó este año en el país sudamericano.
No hay nada especialmente sorprendente en el desarrollo de la trama, ni tampoco quiere pivotar la película en torno a grandes revelaciones. De hecho, hay algún giro no demasiado bien explicado. Pero tiene tanta velocidad la película que se pasa volando incluso con sus pequeños defectos. Y como son cuestiones que ya estaban presentes en el cine de Daldry, tampoco se sienten como grandes fallos que puedan arruinar Trash. Al contrario, la película está muy bien llevada, tiene escenas con una planificación espectacular, juegos de montaje muy llamativos (aunque algunos sean innecesarios) y escenas como el clímax nocturno con imágenes francamente bellas.
Puntuación: 6 / 10
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