Megalópolis: El excesivo sueño de Francis Ford Coppola

Era difícil enfrentarse, llegado el momento, a escribir unas líneas sobre Megalópolis, el trabajo más ambicioso de Francis Ford Coppola y que le ha llevado por delante casi cuarenta años del cineasta, y su patrimonio, para poder sacarla adelante con la visión que tenía sobre como el mundo se iba a consumir en un futuro para crear algo realmente revolucionario. Megalópolis es una película que me ha fascinado en muchos momentos y en otros me ha dejado bastante indiferente. Pero una cosa tengo clara, después de ver la experiencia en pantalla grande, es una película que no volvería a ver. Es una cinta que tienes que entrar por completo en lo que te propone Francis Ford Coppola o estás perdido. Porque la obra del director de El padrino no hace prisioneros en ningún momento y te va a explicar nada de lo que estás viendo, simplemente va a lanzarte a la cara millones de imágenes, millones de ideas y de situaciones para que seas tu el que decida si lo que ves te convence o no.

Adam Driver en Megalópolis

Adam Driver en Megalópolis

Megalópolis es, como su nombre indica, mega en todos los sentidos posibles y un salto al vacío de un director que no tenía que demostrar nada al mundo de la cinefilia pero que ha decidido cumplir, posiblemente, su ultimo sueño como cineasta, rodar Megalópolis. Si se intentará contar la trama de Megalópolis sería casi imposible porque cada uno tendrá una visión de lo que Francis Ford Coppola ha querido contar en su historia. Es una cinta que habla sobre la civilización, sobre como el mundo se autodestruye entre las aventuras y desventuras de los poderosos que, con sus excesos, han conseguido que los menos pudientes queden fuera por completo del mundo y su único interés sean las disputas entre ellos dando todo lo demás igual. Y todo ello siempre con un paralelismo a la caída del propio imperio romano, porque para el director el mundo está condenado a repetir todos los fracasos que se han tenido en el pasado van a volver, vamos a volver a ese pasado donde todo era salvaje, una vida no valía nada y vivir era el gran éxito del día a día.

Megalópolis es una cinta que podrían ser diez películas en una, porque nunca se acomoda en una sola, siempre que piensas que va a ir sobre algo es capaz de subvertir esa idea y darte lo contrario a lo que piensas que vas a ver. En cierto momento pasamos de un drama familia y político a un película de romanos con Coliseo incluido. Francis Ford Coppola ha querido ir con todo e incluso trascender la pantalla cuando en cierto momento asistimos a una performance en directo de un hombre, fuera de la pantalla, preguntando a Adam Driver, dentro de la pantalla, una pregunta. Coppola no se ha querido quedar únicamente con la pantalla como medio de expresión de su cinta, sino que ha querido poner todo el material a su disposición. Pero no todo le sale bien. La cinta muchas veces anda por una fina línea entre lo absurdo y lo demencial, teniendo muchas secuencias de vergüenza ajena y que hacen que el espectador resople, no de crédito o se eche las manos a la cara para no ver lo que está viendo.

Shia LaBeouf y Bailey Ives en Megalópolis

Shia LaBeouf y Bailey Ives en Megalópolis

Todo estos sentimientos son los que levanta Francis Ford Coppola en Megalópolis. Y lo cierto es que es normal ver a gente levantarse e irse de la sala o no querer saber nada de la cinta del director, pero es una experiencia que debe ser, al menos, vista una vez. La dirección de Coppola sigue siendo increíble, creando unas imágenes que se mantienen en el recuerdo mucho tiempo después de verla, pero es cierto que la cinta todo lo que tiene de visual lo pierde en parte en el guion. Pero lo perdonas en parte porque estás, literalmente, sin pestañear la mayoría del tiempo por si te pierdes algo de lo que se quiere mostrar. Y es que Megalópolis es fascinante a pesar de los altibajos, de las ideas demenciales de un director completamente desatado. Y eso lo impregna en unos actores que están dentro de la causa. Adam Driver, Giancarlo Esposito, Natalie Emmanuel, Aubrey Plaza o Jon Voight hacen todo lo posible para estar al nivel que se han propuesto. Shia LaBeouf, que está desatado, quizás ha ido mucho más allá de la propuesta, pero lo cierto es que no desentona dentro de una propuesta que es kamikaze.

Megalópolis es el exceso. El exceso de un director que ha querido sacar adelante un proyecto mastodóntico de un presupuesto desorbitado, de un guion revisado trescientas veces y de algo que, posiblemente, tardemos en volver a ver alguna vez. Megalópolis es grandilocuente, es histriónica y es una obra maestra, aunque se tarde en comprender. Llegará a ser obra de culto, para bien y para mal.

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