Tengo que reconocer que iba con ciertos miedos a ver La zona de interés, miedos derivados de su director, Jonathan Glazer, pues su anterior obra, Under the skin, me pareció una auténtica tomadura de pelo y que solo se pudo vender como “la primera película donde Scarlett Johansson realizaba un desnudo frontal integral”. Por eso cuando se anunció que Jonathan Glazer tenía nueva película para estrenar, lo cierto, es que a mi no me produjo ningún tipo de entusiasmo. Después, los comentarios de la gente en el Festival de cine de Cannes hicieron que me empezará a llamar un poco la atención. Y después de verla puedo decir que es una de las grandes obras cinematográficas del año y una de las mejores cintas sobre el holocausto que se han rodado. La zona de interés es una obra completamente autoral que toma como referencia el libro del mismo nombre, pero lo usa para contar el horror de otra manera. Jonathan Glazer consigue, al igual que hizo László Nemes con El hijo de Saul, que todo lo que ocurre fuera del plano sea más interesante que lo que se ve dentro de él, que esa “zona de interés” sirva para hablarnos de un horror como fue el holocausto y como el ser humano se redujo a lo mínimo.
La zona de interés narra todo desde el punto de vista de los verdugos, de la mano ejecutora del holocausto, cogiendo el día a día de una familia alemana cuyo padre es el responsable del campo de concentración de Auschwitz. Y lo más interesante de la cinta y que la convierten en una de las grandes obras es porque todo el horror de ese suceso se cuenta fuera de cámara. En ningún momento vemos nada del horror que supuso este momento para la humanidad y solo somos testigos del día a día de la familia. Pero eso es lo que la hace más interesante porque mientras vemos como la familia hace su vida, fuera de campo, se escuchan gritos, se escuchan tiros y se ve ciertas cosas que hacen que el horror sea todavía más, porque siempre genera más terror aquello que no se ve o que no somos capaces de controlar. Así el ejercicio que hace Glazer es puramente autoral dotando de grandes planos a la cinta y de ciertos momentos que quieren hacer que el espectador esté incómodo. Es un ejercicio completamente alejado de todo lo que ha hecho Glazer hasta ahora y también es un ejercicio moral bastante importante.
La zona de interés sí que juzga los hechos y los critica. Esto se ve reflejado en como se comportan los miembros de la familia unos con otros que son realmente fríos, como se comportan los más pequeños de la casa imitando en todo momento aquello que ven en el campo de concentración (hay una secuencia con un invernadero que da verdadero pánico) y todo esto retratando a esos ejecutores como personas sin alma, sin sentimientos y que lo único que querían era crecer dentro del propio partido sin importar nada más. A Jonathan Glazer no le tiembla la mano a la hora de retratar todo esto y es algo de aplaudir pues muchas veces los directores no se meten en los temas morales de la película para dejar a todos contentos, pero aquí no pasa. Además, el director también lanza una pequeña crítica a la explotación comercial que se hace de todos estos lugares, de los campos de concentración y de las cámaras de gas donde cientos de miles de seres humanos fueron calcinados por aquellos que no eran capaces de ver más allá de su odio. Y ese momento, dentro de la cinta, es realmente escalofriante y deja tocado a muchos, pues somo muchos aquellos que hemos viajado y visitado algunos de estos lugares y hemos hecho fotos, en lugar de guardar el respeto que se merece.
La zona de interés es un trabajo realmente impresionante y que dejará a muchos pensando sobre lo que están viendo. Es complicado, en los años en los que estamos, que una película sobre el holocausto pueda sorprender, pero Jonathan Glazer ha conseguido una cinta realmente increíble sin mostrar nada del horror que se vivió, sino hacer que el horror se manifieste de otra manera. Una auténtica joya.