No se puede negar que El amor es extraño es una película bonita, y eso, siendo poco habitual en el pesimista cine moderno, es ya una virtud en sí misma. Construida a partir de lo que le sucede a una pareja de hombres que decide casarse después de 39 años de convivencia, es intimista y elegante, y está volcada en los personajes. Pero, en realidad, termina por caer en una cierta intrascendencia por una falta de mensaje, de concreción y casi de más propósito que el de asomarse a una ventana de realidad. Bien visto, esas pretensiones no son escasas, e incluso se agradece su mucha naturalidad y su ausencia total de arrogancia para declarar a los buenos y los malos de la historia, pero eso mismo hace que siempre se sienta la ausencia de ese algo más que sirve para que una película trascienda.
Lo más evidente ya desde la primera escena es que la naturalidad se va a adueñar de la cinta. Y en eso, además de la elegante y sutil dirección de Ira Sachs (El juego del matrimonio), destaca por fuerza el espléndido trabajo de Alfred Molina (El aprendiz de brujo) y John Lithgow (Interstellar). Ambos se han acostumbrado durante sus carreras a hacer papeles mucho más extremos (quizá sea buen momento de aludir a sus roles de villanos, por ejemplo el primero en Spider-Man 2 y el segundo en Máximo riesgo), y sin embargo son igual de efectivos, incluso más, cuando se limitan a vivir las vidas de una persona real. La complicidad entre ambos es absoluta y es cuando coinciden en pantalla cuando más crece la película. ¿El problema? Que la historia plantea precisamente la separación física, que no emocional ni romántica, de estos dos personajes.
Ahí es donde entra en juego el gran problema de El amor es extraño. Se dispersa, pierde una temática central, no le da importancia en realidad a que su pareja protagonista sea homosexual (aunque eso, en cierta manera, es el triunfo de la normalidad que pregona). La cinta se convierte así en una colección de escenas que se pueden catalogar con facilidad como intercambiables, en las que se juntan aciertos y errores, momentos deliciosamente brillantes y otros menos importantes, e incluso otros secundarios ganan un extraño protagonismo que en teoría no es tal en el conjunto de la película. La familia que forman el sobrino del personaje de Ben (Lithgow), su mujer y su hijo (Darren Burrows (Amistad), Marisa Tomei (Los idus de marzo) y Charlie Tahan (Blue Jasmine))acaba mostrando que ahí había otra historia y la atención que le presta Sachs es probablemente el eje del irregular ritmo.
Más allá de que el final de la película acabe siendo algo peculiar y que se echen en falta muchas más escenas compartidas por Lithgow y Molina, la película tiene interés porque sabe ser reflejo de la realidad. Por eso es divertida y triste cuando toca serlo. Por eso el foco no está tanto en las características de sus protagonistas, que en manos de otro autor habría forzado un mensaje centrado en su homosexualidad, sino en la fluidez de la vida, en que esta va ofreciendo alegrías y sin sabores sin detenerse a pensar qué es lo que necesitan las personas. Eso lo capta Sachs, lo entiende y lo plasma perfectamente. ¿Pero es esta una película que de verdad habla de que el amor es extraño? Eso es lo que se echa en falta, algo de concreción, por mucho que su andamiaje parezca funcionar con cierta soltura.
Puntuación: 6 / 10