El biopic de la princesa más emblemática de Reino Unido resulta ser decepcionante y se torna una verdadera desilusión. Vislumbramos una caricaturización irreal de la mujer que se escondía tras las cámaras. La historia se centra en el romance oculto de Lady Di con un reconocido cardiólogo, Hasnat Khan, y la evolución que va desarrollando su romance. El idilio comenzó en 1995 y se prolongó durante casi dos años, y en la película se nos van mostrando los problemas y obstáculos a los que tuvieron que hacer frente para hacer prevalecer su amor. Ser la mujer más conocida y afamada del mundo entero acarrea consigo partes negativas y una carencia total de privacidad, que influye invariablemente en todos los actos y decisiones que se tomen. La infidelidad y posterior ruptura con el Príncipe Carlos marcó un punto de inflexión en la vida de Diana, pero les mantuvo unidos por medio de sus dos hijos varones, los príncipes William y Harry, quienes siempre idolatraron y admiraron a su madre. Pero fue su relación con Hasnat lo que le alteró emocional e invariablemente de un modo más profundo y veraz, habiéndose llegado a afirmar que fue el gran amor de su vida.
La princesa de Gales es retratada de forma simplista y estereotipada, cayendo en los tópicos más fáciles y recurrentes. La ayuda humanitaria y la preocupación por los más desfavorecidos que mostró durante toda su vida aquí es introducida de forma forzada y casi artificial, resaltando esa necesidad imperiosa de representar a uno de los personajes más célebres del pasado siglo como una divinidad; en ningún momento sentimos empatía o nos identificamos con ella. Diana es expuesta de forma superficial, cuidando de adentrarse en terreno más recóndito, ya que hacerlo significaría enfrentarse a la mirada inquisitoria de millones de británicos. Esa cautela y prudencia al tratar de destapar y enseñar a la mujer que existía tras el personaje público es lo que le hace fracasar. Lo que definió a The Queen como una soberbia película es la maravillosa interpretación de Hellen Mirren (RED 2) quien nos presentaba la parte más humana de la Reina Elizabeth II, sin miedo a adentrarse en los polémicos acontecimientos que ocurrieron tras el fatal accidente. Aquí es al contrario, por ejemplo la emblemática y controvertida entrevista a la BBC es introducida forzosamente y con desconfianza.
La cinta fue concebida, desde su inicio, de forma sensacionalista siendo conscientes de que el simple hecho de crear una película sobre Diana iba a ser por si misma vendible y exitosa. La historia pasa a un segundo plano centrándose en definir la imagen que el público ya tenía concebida de antemano. La relación entre Diana y Hasnat es narrada de forma simplista y casi estúpida, parece que estemos vislumbrando a una quinceañera recién enamorada más que a una de las mujeres más influyentes de la historia. Recuerda a Princesa por sorpresa, pero sin el carisma y la gracia de Anne Hathaway (El caballero oscuro: La leyenda renace), ya que además adopta un cariz demasiado dramático y el resultado es inverosímil y casi rozando el ridículo. La relación de Diana con sus hijos apenas es tratada, aparecen siempre en un segundo plano de lo que era su vida en ese momento, tan siquiera vislumbramos una imagen directa de ellos o el Príncipe Carlos. El director actúa con demasiado recelo y es incapaz de plasmar directamente a la familia real británica. Tampoco se escenifica la gran y desafortunada tragedia, coherente y razonable por respeto pero también nos vuelve a mostrar esa temeridad y sumisión.
Lo mejor de la película, por no decir lo único salvable, ya lo sabemos antes de entrar en la sala, y es la actuación de Naomi Watts (Lo imposible). A pesar de que no es un papel donde pueda lucirse ni hacer gala de su talento lo hace correctamente, configurándose como una de las grandes actrices del panorama actual. Si la grabación hubiera sido concebida de otro modo y el resultado final no fuera tan estrepitoso, quizá la actriz podría haber competido con Cate Blanchett (Blue Jasmine) por la estatuilla dorada. Pero todo se queda en un simple quizá y deberemos esperar a futuras interpretaciones para poder verle subir las escaleras de la alfombra roja. También hay que destacar la magnífica puesta en escena y el variado repertorio de vestuario con el que nos deleita la Princesa de Gales, lo que hace la película más amena y agradable pero que, sin embargo, no nos elimina esa amarga sensación. El director se arriesga escogiendo la temática pero luego no se atreve a ir más allá, se queda en el límite, absteniéndose de sumergirse en la verdadera personalidad de la protagonista, hecho que para cualquier película biográfica es indispensable. Oliver Hirschbiegel debería retomar sus raíces germanas y volver a hacer films de la talla de El experimento o El hundimiento.
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