Chicos buenos: El gamberrismo al final de la niñez

¿Os imagináis un Supersalidos con niños de 11 años? Lo que podría parecer una quimera en la mente de un creador sin los pies en la tierra, se ha hecho realidad en Chicos buenos y bajo el sello de una major de Hollywood. Es un motivo de celebración que se apueste por una película tan desprejuiciada y nada moralizante, pese a tener en su eje central a tres preadolescentes envueltos en una consecución de situaciones con drogas y sexo de por medio. No hay límites y lo mejor es que no hay coartadas de ningún tipo para restringir el humor o la siguiente secuencia en la búsqueda del gag más divertido.

Keith L. Williams, Jacob Tremblay y Brady Noon en Chicos buenos

Keith L. Williams, Jacob Tremblay y Brady Noon en Chicos buenos

La inocencia infantil se pone a prueba en esta divertida comedia que sitúa a tres prepúberes como protagonistas de la enésima gamberrada de la factoría Evan Goldberg y Seth Rogen (Juerga hasta el fin, La fiesta de las salchichas). Dos de los reyes de la nueva comedia de Hollywood arropan el debut de Gene Stupnitsky, fraguado en la pequeña pantalla en series como The Office y Hello Ladies. Las aventuras o más bien desventuras de Max, Lucas y Thor son el motor constante de esta desternillante comedia fraternal que en clave buddy movie ahonda en una tesitura nada explotada en el género.

Todo empieza con una pequeña travesura, el incumplimiento de una norma: no tocar el dron del padre de uno de ellos. Los tres quebrantan la norma, juegan con el artilugio y lo rompen. A partir de ahí se suceden todo tipo de contratiempos y reencuentros con secundarios graciosos hasta poder llegar a la primera “fiesta del beso” a la que asistirán el trío de amigos. Max ansia conquistar a su amor platónico, una compañera de clase, mientras los otros dos no quieren crecer tan rápidamente como su compañero de camaradería. La amistad entre ellos tres se adentra en una encrucijada: los cambios vitales, el growing up de Primaria a Secundaria, la presión del instituto; en definitiva, un baño de realidad y unas aspiraciones que no siempre casan la una con la otra.

Keith L. Williams, Jacob Tremblay y Sam Richardson en Chicos buenos

Keith L. Williams, Jacob Tremblay y Sam Richardson en Chicos buenos

No obstante, Chicos buenos rehúye de todo sentimentalismo cuando profundiza en este conflicto en sus personajes. El humor es su apuesta en todo momento y si puede ser el doble de gamberra, mejor. La imagen de ellos tres, conscientes de los cambios venideros, subidos a cierto columpio en el dormitorio de los padres de uno de ellos es una de las imágenes más desternillantemente emocionales que jamás se han visto. El principal escollo de esta irreverente comedia es su estructura narrativa repleta de altibajos, cuyas situaciones rocambolescas son divertidas en mayor o menor grado, con una irregularidad que perjudica al conjunto para poder codearse a la altura de otras producciones del dúo Goldberg/Roger. Sin ir más lejos, la reciente Casi imposible era mucho más inspirada y redonda. Chicos buenos es una propuesta ejemplarizante por su apuesta temática y su ausencia total de límites morales y lo mejor es que funciona perfectamente como comedia familiar. Además, es una buena de verdad. Ni sonrojante ni ridícula. Divertida a raudales.

Responder

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Share This