Danièle Delpeuch es la protagonista de un rápido photocall y de la consiguiente rueda de prensa que sirve como presentación de la película La cocinera del presidente, de Christian Vincent (Les enfants). La excocinera del Elíseo comienza respondiendo respecto a si la película ha cumplido con sus expectativas: “Si, me ha gustado mucho, desde Junio la habré visto más de treinta veces, y la actriz me sigue pareciendo igual de guapa. En un 95% lo que hay en la película es la realidad. Durante el rodaje me decían, usted es la realidad, y nosotros creamos la ilusión; después me di cuenta de que también era al revés, pues intentaban que todo pareciese real. Por ejemplo, la casa donde van a recoger a la protagonista al principio, es mi propia casa”. Llama la atención que una mujer aparentemente tan lejana al mundo del cine y los focos diera permiso para recrear su historia: “Me resistí dos años. Pero luego había que tomar una decisión, y sería una pena que no se hubiera hecho. Así que me invitaron a la proyección de otra producción suya, De dioses y hombres, y me pareció tan magnífica que esta gente iba a ser capaz de hacer algo diferente, así que firmé”. Después, comenta algunas cosas que ocurren en la película y que en la realidad no fueron del todo así: “Hay pequeños detalles que habría cambiado, como el enfrentamiento con la cocina central, que no era para tanto, pero que en la película sí debía serlo”.
La conversación entonces gira hacia el cambio de vivir en una granja en el campo a hacerlo en la casa del Presidente de la República, con todo lo que implica: “Me gusta mucho el campo, y entre vivir en la granja y en el Elíseo hay una gran diferencia, pero supe sentirme en casa”. Sigue hablando de la experiencia, y volviendo a rozar sin entrar en profundidad los problemas que pudieron surgir: “Nunca empiezo las guerras que sé que no puedo ganar, pero en este caso gané en cierto modo, porque pedí a Miterrand que me liberara. La gente que consigue puestos como el que tuve no suele soltarlos, por eso cuando pedí permiso para irme, se sorprendieron, y en parte, gané la batalla. El conflicto con la cocina central fue porque interpretaron que ocupé un lugar que no podía corresponderme de ninguna manera. Para mí, fue una aventura, y como todas, tiene un principio y un fin, que siempre consiste en llegar a casa”.
Parece que entre ella y la actriz que más o menos protagoniza su papel en el film (Catherine Frot), surgió una buena amistad: “Catherine es una gran artista; es muy popular porque se parece un poco a todos los franceses. Me pidieron que fuese su asesora, y me dio un poco de miedo. Así que nos metimos en la cocina y pedí que nos dejaran en paz, y nos pusimos a hacer algo bueno. Ella nunca había cocinado, pero sí le gustaba comer, así que estaba en mi mano que saliera bien. En cuatro o cinco días ya sabía lo que debía saber, que sobre todo era controlar los movimientos y la forma de manejar las herramientas”. Las preguntas vuelven al tema culinario, sobre su experiencia y el origen de su maestría en la cocina; además, da algunos apuntes sobre el hombre para el que trabajó: “Sí, casi todas las recetas que aparecen fueron propuestas por mí, y las había hecho realmente. Aprendí a cocinar sobre todo por la gente que venía a mi casa. Además, nací en el Périgord, donde se dice que las niñas nacen con una sartén debajo del brazo. Es una cocina sencilla, pero de calidad, y con ingredientes de primer nivel. También aprendí mucho en el Elíseo, porque tenía tiempo para leer, y además, tenía un jefe exigente y que sabía lo que pedía. Miterrand no era tan tierno como parecía, pero sí era muy atento. Era encantador, en el sentido de que sabía ganarse a la gente. El actor tiene esa característica también, te hace sentirte la persona más importante del mundo, que es la clave de la seducción”.
La rueda de prensa va terminando, y las preguntas se centran en su despedida del Elíseo : “En la realidad no se manda una carta de dimisión al Presidente, pero sí le escribí una carta personal, en la que pedía permiso para volver a mi casa, aunque no le mandé un abrazo y un beso como en la película, por si el protocolo estaba en contra. Esta carta no tuvo respuesta escrita, aunque de viva voz, me dijo “adelante, vaya a casa, qué afortunada es”. Antes de terminar, parece empeñada en dejar claro que su paso por las altas esferas fue una aventura interesante, mucho más que un sufrimiento: “El personaje se puede ver que está fatigado constantemente, del trabajo duro, de la exigencia, de los enfrentamientos con algunas personas…esto es en la película, es parte del guion, y por eso necesita ir a la Antártida a desconectar. En la realidad no fue así; la experiencia en el Elíseo fue fantástica, y me aportó mucho, y sigue haciéndolo. Además, entre dejar el Elíseo y viajar a la isla pasaron diez años, no uno como en el film. Intenté hacer ver al director que la protagonista no debía parecer tan cansada, pero no le convencí, quizás es su forma de ver a las mujeres de más de cincuenta…(risas). En una de las últimas secuencias, Catherine cambió el guion, en vez de quedarse despidiéndose triste en el barco, recorre la cubierta buscando el horizonte, el futuro; ella sabe que yo lo habría hecho así”.
Danièle parece una mujer bastante agradable, siempre sonriente, y no solo porque hayamos visto los platos que es capaz de hacer. Detrás de esa apariencia de mujer de edad algo avanzada que parece haber llegado del pueblo pocas horas antes, se intuyen el mundo que ha recorrido y los estómagos que ha alimentado. El mío ahora ruge y salgo a por un café cualquiera, que no es lo mismo pero seguro que es suficiente.