Después de ver Relatos salvajes antes de su estreno y ante un auditorio repleto de estudiantes de cine, la Academia de Cine acogió un coloquio organizado por la Escuela TAI de Madrid con su director, Damián Szifron (Tiempo de valientes), y con una de sus productoras españolas, Esther García (Los amantes pasajeros). En poco más de una hora, Szifron desgranó las claves de su última película y de su forma de entender el cine y la vida.
Relatos salvajes está compuesta por seis segmentos diferentes. “Algunos de hecho ocurrieron, como que la grúa te lleve injustificadamente el auto en reiteradas ocasiones”, explicó para relatar el origen de la película. En todo caso, Szifron no quiso destacar una de las seis historias como su favorita porque “la verdad es que le tengo especial cariño a todas, son como hijos que uno quiere por distintas razones”, entre ellas la de trabajar con actores como Ricardo Darín (Séptimo) o con la producción de Pedro Almodóvar (La piel que habito) a través de El Deseo.
Según explicó, no decidió hacer una película con este título antes de ponerse a escribir, “sino que se fueron presentando cada una de las historias” y las fue guardando sin pensar que este iba a ser el primer proyecto que rodaría después de varios años sin ponerse detrás de la cámara. “Cuando tuve dos, tres, cuatro, tomé conciencia de que formaban parte de un mismo universo, que convivían bien y que se potenciaban incluso en el contexto de una sola película. Lo pensé como un álbum de rock, un álbum conceptual con sus diferentes tracks, o incluso como un espectáculo de circo, que tiene diferentes números”, añadió.
La película nace de un recuerdo infantil, de los libros de Agustí Bartra, Relatos maestros del crimen, Relatos maestros de terror y misterio y Relatos maestros policíacos, de descubrir con ellos “que un mismo volumen contuviera tal cantidad de propuestas”. Citó también como influencias la serie de Cuentos asombrosos, producida por Steven Spielberg, Alfred Hitchcock presenta, o el filme Historias de Nueva York. “Son pocas las películas que hay así que están hechas por una misma persona, que haya alguien controlando la energía general”, dijo, pero confesó que eso no le asustó en ningún momento.
Szifron habló mucho del proceso de escritura de la película, confesando que prefiere esa parte del proceso. “Me gusta más esa vida, ir con un cuaderno o con una computadora, viajar para escribir, me gusta bastante la soledad y levantarme a la hora a la que quiero. Un rodaje implica que estés sintonizado con un montón de otra gente que tiene agendas, y planes que se acuerdan y se ejecutan de una forma precisa. Es más exigente. Aún así, en este rodaje lo pase particularmente bien”, dijo.
Y de forma más general, explicó que con este trabajo se ha sentido más cercano a la experiencia artística. “Hacer una película se parece más a hacer un edificio que a pintar un cuadro. Está la parte de la arquitectura, cuando uno concibe las formas y eso es artístico, pero después hay que levantarlo y hay que ir todas las mañanas a trabajar”, continuó, animando al auditorio a trabajar siempre desde el placer “como vehículo y como único lugar desde donde hacer las cosas, no te puede llevar a mal puerto. “El arte es más parecido al sexo, no lo puedes hacer si no lo estás disfrutando”, sentenció.
Uno de los momentos más divertidos del coloquio fue cuando Szifron confesó que durante el proceso de escritura actúa y graba los diálogos. Aún así, y dado el humor negro que la preside, dijo entre risas que no le gustaría meterse personalmente en esta película cuando le preguntaron por esa posibilidad. “De chico uno pensaba esas cosas, uno quería ser Superman, Indiana Jones, quería ser los personajes. El punto de vista se va desplazando, ahora ya me imagino las situaciones y las cuento para otro. Mientras las escribo sí, de alguna forma”, respondió.
Coincidió con su productora en que lo más complicado de rodar fue el segmento del coche y recordó la anécdota de los planos de la historia de la boda que transcurren en lo alto de un edificio, que además se hicieron en la última noche de trabajo. “Yo tenía terror de que cayera alguien, veía algunos técnicos poniendo bombillas asomados totalmente…”, dijo, antes de calificar aquella terraza de “maldita”, recordando que tuvieron que abandonarla un día por mal tiempo y que, a causa de las antenas de telefonía que había en la azotea, “las luces de los equipos se prendían sin estar enchufadas”.
Szifron concluyó con varios consejos a los estudiantes que le escuchaban. El primero, “escribir desde el deseo más que desde el miedo, y lo mismo para filmar, para dirigir actores, para pensar la música”, dijo, destacando la necesidad de curiosidad y, sobre todo, de confianza: “Si a uno le interesa lo que la imaginación le está proponiendo, eso tiene un valor, y como uno no es idiota entonces lo que te atrae por qué no le va a resultar atractivo a los demás”.
Y que no se sientan estudiantes, sino “presentes directores”. “Que sean honestos a la hora de si quieren dirigir cine o no, están en una edad en la que eso se empieza a intuir”, dijo, dejándoles una clave esencial, el disfrute personal, porque “si es algo para los demás me parece que no hay ninguna necesidad” y “puede ser una tortura si no lo disfrutas”. “En mí apareció muy temprano la pasión que despertaban las películas. Nunca lo dudé”, sentenció.