Elocuente título en español para Waves, la sensación del cine independiente norteamericano de este último año, puesto que precisamente los dos protagonistas restan inmersos en un determinado momento en el tiempo: uno sacude su vida por el nulo raciocinio en un instante de debilidad emocional; la otra intenta desmarcarse de su situación familiar y ansia encontrar esperanza y libertad más allá del hogar desolado. La historia de dos hermanos narrada en dos relatos distintos, a modo de dos mediometrajes que conforman una unidad temática como dos caras de la misma moneda: los impulsos del amor.
El primer escollo de Un momento en el tiempo (Waves) es dotar de cohesión interna estos dos relatos aparentemente demasiado independientes el uno del otro, más allá de la relación fraternal entre los dos protagonistas. El primero se centra en Tyler, un joven en su último año escolar, enamorado perdidamente de Alexis, cuya vida da un vuelco cuando su novia se queda embarazada y la rigidez del estilo de vida impuesto por su padre le conduce a un límite del que le resultará imposible retroceder. En el segundo relato toma el relevo su hermana, Emily, una adolescente perdida emocionalmente a causa de su entorno familiar adverso que encuentra en Luke una vía de escapatoria y la pasión irrefrenable del primer romance. Al fin y al cabo la película se erige como una doble historia de amor.
Trey Edward Shults ofrece con su tercer trabajo su película más ambiciosa a nivel estético, aunque ya deslumbró con su potente debut, Krisha. Tanto en su ópera prima como en su incursión el cine de género (Llega de noche), el cineasta ha impregnado sus obras con una propuesta visual y sonora muy vistosas e inmersivas en el estado anímico de los personajes. En Waves desde buen principio, la cámara se tambalea, reflejo de ese mundo que parece desmoronarse alrededor de las vivencias de ambos hermanos. Una puesta en escena tan embriagadora en muchas secuencias como caprichosa en tantas otras; una irregularidad que va transita desde su capacidad hipnótica para con su doble relato hasta la extenuación al ver algunos tics del cine indie USA tan trillados. Sin duda estamos ante una película singular, con sello autoral propio, pero también lastrada por un exceso de ensimismamiento en sus formas en las que se perciben reminiscencias de títulos recientes para revalidar su éxito como la oscarizada y muy superior Moonlight.
La película también resulta, una vez terminada, desacompasada entre los dos relatos, el segundo termina siendo mucho más redondo narrativamente y más cautivador en su vertiente emocional. No obstante, el primero alberga un gran aliciente: una crítica a la cultura del esfuerzo, a las metas de vida fijadas como un objetivo a cumplir a toda costa; en cierto modo, una feroz crítica al estilo de vida americano preocupado por el triunfo. La figura del padre rígido y castrador. Su conversación en la segunda parte con la hija es una de las mejores escenas de la cinta y la enésima demostración del talento interpretativo de Sterling K. Brown, quien en otro año hubiese sido uno de los favoritos al Oscar al mejor actor de reparto. Taylor Russell y Kelvin Harrison Jr. también están estupendos en los dos roles principales.
Un momento en el tiempo (Waves) es una doble historia de amor, tan deslumbrante como caprichosa en su propuesta estética, que, por un lado, pone el dedo en la llaga en la cultura del esfuerzo y el tormento de los ideales; y, por otro, cautiva en su amalgama de sentimientos en el primer amor, una salvación y esperanza para salir a flote del presente adverso.
Nota: 6’5