The Brutalist: Una inabarcable epopeya

The Brutalist es una obra colosal, ambiciosa, excesiva, casi como una epopeya y que rinde culto a ese cine clásico donde las películas se vivían casi como un evento.  Enfrentarte a The Brutalist no es fácil, pues es una cinta que está planteada desde el más puro clasicismo cinematográfico y donde las prisas no tienen cabida a la hora de contar la historia de László Tóth y como, llegando a EE. UU., después de la II Guerra Mundial, intentará vivir ese “sueño americano” e intentar labrarse una vida en la llamada tierra de las oportunidades. Pero lo que realmente llama la atención es que, según te sientas en la butaca y comienza la proyección, sabes que estas viendo algo realmente único y que posiblemente se hable de ella durante mucho tiempo. Es de esas películas que consiguen tener esa magia, ese brillo y esa fuerza para arrasar con el espectador y con todo. Siendo sincero, únicamente he vivido esa sensación dos veces en mi vida viendo cine, con El árbol de la vida, de Terrence Malick, y con La red social, de David Fincher. Brady Corbet no se arruga ante esta epopeya y consigue cimentar este monumento cinematográfico sin ninguna fisura a la vista. Es una auténtica obra maestra.

Adrien Brody en The Brutalist

Adrien Brody en The Brutalist

The Brutalist es una obra que trasciende la simple narrativa para convertirse en un comentario social y cultural con un poder de la imagen realmente impactante, donde en muchos momentos quedaremos asombrados con las imágenes que vemos en pantalla y la fuerza que tienen. The Brutalist no escapa, ni lo pretende, de ser una película con una carga política realmente grande. Durante su visionado uno es capaz de sacar infinidad de paralelismo con la política actual, donde en Europa se vive una situación de guerra y en EE. UU. se vive una situación política donde los inmigrantes, aquellos que ayudaron hacer grande a la tierra de las oportunidades, están siendo deportados por su nuevo presidente. The Brutalist realiza una crítica voraz a como los poderosos han usado siempre a los extranjeros para realizar todo aquello que ellos quieren, pero después, si las cosas salen mal, librarse de ellos de la manera más miserable posible. Asusta como Brady Corbet ha conseguido reflejarlo tan bien en un guion increíble.

Siguiendo con el tema de la inmigración, The Brutalist pone todo el peso en la figura de László Tóth, un arquitecto húngaro exiliado, que llega a América para buscarse la vida y descubrirá las dificultades de adaptarse a una nueva cultura y sociedad. Tóth, al igual que muchos inmigrantes, se enfrenta a prejuicios y obstáculos para alcanzar sus metas profesionales, en una época donde los inmigrantes estaban vistos como personas que llegaban para desestabilizar al país. Brady Corbet, de manera inteligente, utiliza la construcción de la mastodóntica obra de Tóth para realizar un paralelismo entre esa obra y como László Tóth fue creando de cero su vida en un nuevo país. Muchos inmigrantes, por no decir todos, ayudaron a lo largo de su historia a levantar los edificios más importantes de las ciudades, a darles una identidad cultural, pero ahora parece que esos mismos inmigrantes son los que se tiene que ir de un país donde han hecho mucho más que los políticos que los gobiernan.

Adrien Brody y Felicity Jones en The Brutalist

Adrien Brody y Felicity Jones en The Brutalist

Y otro de los aspectos más destacados de The Brutalist es el uso magistral de la arquitectura como elemento narrativo de la historia y como, la evolución de dicha arquitectura sirve también para hablar de los cambios culturales, políticos y sociales de las ciudades. Los edificios, especialmente el monumental proyecto de Tóth, se convierten en personajes en sí mismos, reflejando los conflictos internos del propio László Tóth y la lucha que tiene consigo mismo. La construcción no solo se convertirá en el único pensamiento del personaje, sino que además es un reflejo de los diferentes cambios por los que ha ido atravesando su vida. También encontramos la crítica a los poderosos, a los adinerados a todos aquellos que no se preocupan por los demás y únicamente ven por ellos mismos. Hay conversaciones que giran alrededor de este tema que consiguen cabrear a más de uno por ver como se trataba a la gente, aunque tampoco han cambiado mucho algunas cosas.

Y para ir cerrando, hay dos cosas de las que hay que hablar: los actores y el intermedio de la cinta. Las actuaciones en The Brutalist son tan monumentales como la arquitectura que retratan. Adrien Brody entrega una interpretación visceral y conmovedora como László Tóth, realizando su mejor interpretación desde El Pianista. El actor consigue capturar en todo momento las diferentes situaciones por las que pasa el personaje dejando sin palabras. Felicity Jones aporta una profundidad emocional increíble, contrastando la fragilidad con una fuerza interior que conmueve. Posiblemente sea uno de los personajes femeninos más fuertes que hemos visto en pantalla en mucho tiempo. Y Guy Pearce encarna a la perfección al magnate adinerado, un personaje que manipula los hilos del poder con una frialdad que hielan la sangre. La química entre los tres actores es palpable, elevando cada escena y enriqueciendo aún más la narrativa de la película.

Adrien Brody en The Brutalist (II)

Adrien Brody en The Brutalist (II)

Y el intermedio de la cinta es también algo necesario. Hablando con algunas personas después de su visionado no entienden la necesidad del intermedio y no hacer dos películas en lugar de una. Creo que dividir The Brutalist en dos películas sería un error enorme, pues no se podría entender todo si no se ve en su totalidad. Este intermedio, que diferencia claramente dos partes de la cinta bien diferenciadas, sirve como descanso para el espectador y para coger con más ganas lo que está por llegar, que no es otra cosa que un viaje mucho más emocional y experimental que su épica primera parte. Con este intermedio, The Brutalist también homenajea aquella época del cine donde los intermedios eran necesarios. Y la BSO de Daniel Blumberg es perfecta. Quizás la única pega, por poner alguna a la obra de Brady Corbet, es que hacia el final de esta acelera un poco los acontecimientos y se toma alguna decisión que puede ser vista como innecesaria para dotar de más dramatismo a la cinta.

En conclusión, The Brutalist es una película ambiciosa y compleja que nos invita a reflexionar sobre nuestro presente a través del pasado. Al explorar temas universales como la identidad, el poder y el sueño americano, la película logra trascender su contexto histórico para convertirse en una obra relevante y conmovedora. Su uso innovador de la arquitectura y su narrativa visualmente impactante la convierten en una experiencia cinematográfica única e inolvidable. Una obra maestra.

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