Cuando se dio por agotado el mito de Drácula en el cine, incluso aunque se hayan seguido haciendo películas sobre el famoso conde, la figura del vampiro ha ido sufriendo en la gran pantalla una progresiva adaptación a tiempos modernos, a modas y a grupos sociales. El vampiro ha sido protagonista en los últimos años de las más variadas historias en todo clase de ambientes nocturnos. Sólo los amantes sobreviven es la siguiente de una lista que, al contrario que la que atañe a Dracula, no tiene visos de agotarse nunca. Jim Jarmusch (Noche en la tierra) es su director y dado el carácter tan personal de este realizador sólo con ese dato ya se pueden extraer algunas ideas sobre el resultado.
Los vampiros de Jarmusch son de diseño. Gustan de una música rock cargada de clasicismo pero dentro de una estética moderna y de colores puros en absoluto contraste (él de negro, ella de blanco), de una elegancia en el vestuario y del anonimato. Por ese motivo, en realidad no hay mucho de la figura clásica del vampiro en Sólo los amantes sobreviven. Algún diálogo algo forzado que recuerda el largo recorrido en años que los protagonistas llevan entre nosotros, alguna subtrama para explicar cómo consiguen la sangre sin necesidad de morder en el cuello a sus víctimas que añaden toques de humor simpáticos (el médico interpretado por Jeffrey Wright (Los juegos del hambre: En llamas)) y elementos que lindan con el surrealismo (¿helados de sangre?).
Pero que sean vampiros no condiciona en absoluto la película. Es el artificio, la forma en la que Jarmusch quiere mostrar su habitual elegancia visual, pero dado que la historia es extraordinariamente sencilla (dos vampiros alejados entre sí se reúnen, retoman su historia de amor y sufren la presencia de la hermana de ella, que pone en peligro su situación), pero no es la clave. Lo que Jarmusch quiere es, por un lado, mostrar esos personajes de diseño, circunstancialmente vampiros. Y por otro lado, mostrar un mundo más que contar una historia, y hacerlo con un ritmo lento, pausado, en ocasiones incluso lindante con el aburrimiento. Hermoso casi siempre, incluso a la extraña manera de Jarmusch, pero con un ritmo demasiado peligroso.
Como lo que perdura del retrato de Jarmusch es lo visual, el centro de atención de la película, y lo más logrado, está en su reparto. Tom Hiddleston (Los vengadores) y Tilda Swinton (Moonrise Kingdom) son dos actores de aspecto peculiar, lejos de los cánones de belleza actuales pero que prestando sus cuerpos, sus miradas y sus voces al vampiro desprenden un erotismo y un atractivo singulares. Es el magnetismo vampírico que no cambia, independientemente del tipo de vampiro y de la época que se muestren, y eso es algo que afecta también a los otros dos vampiros de la película, a cargo de Mia Wasikowska (Stoker) y John Hurt. Mientras la primera no ceja en su intento de romper la imagen anodina que dio en su primer gran papel, el de la Alicia de Tim Burton, el segundo ha encontrado un arquetipo que no deja de repetir en los últimos años (por ejemplo, en la reciente Snowpiercer).
A Jarmusch, en todo caso, se le va le película por esa mencionada lentitud y un metraje excesivo. En la primera media hora se entiende el avance contemplativo, esperando que surja una historia fascinante, un punto de no retorno, un evento trascendental. Pero esto no llega a suceder, y cuando llega, casi al final, lo hace de una forma torpe y sin demasiadas explicaciones. Tarde, en todo caso, para provocar emociones. Sólo los amantes sobreviven se queda en un curioso experimento, pero muy lejos de la fascinación que pretendía conseguir por un ritmo lento que a ratos puede hasta exasperar y una ausencia de historia trascendente en su retrato.
Puntuación: 5 / 10
Ficha artística y técnica