La saga Predator, al igual que la saga de Alien, ha sido una de las peor maltratadas de los últimos años. Alien ya no sabe que rumbo tomar y, Predator, se ha quedado como el recurso fácil para el enfrentamiento entre las dos razas de alienígenas más famosos del cine. Pero parece que Shane Black (Dos buenos tipos) tenía la forma de hacer que Predator volviera a brillar con fuerza. Predator es la mejor continuación de una saga que parecía muerta, rezuma aroma ochentero por todos lados y un aire macarra que la alzan todavía más. Shane Black, que estuvo presente como actor de la primera entrega, sabe que este tipo de cinta no puede andarse por las ramas, por eso se ahorra explicaciones absurdas y directamente nos mete en faena, nos mete en la violencia, en la muerte, en la sangre y en el humor made in Black. Predator es un divertimento de primera.
En una película de Predator, lo que menos puede importar es la historia, pues básicamente es que unos alienígenas llegan a la Tierra, se enfrentan entre ellos, pero nos usan a nosotros como caza y tenemos que sobrevivir. Al final, entre entrega y entrega, han querido darle un trasfondo más evolutivo que la simple premisa de cazar. Por eso, en esta Predator el tema predominante en la evolución de la especie, una especie que se ve amenazada totalmente por el ser humano ya que es al único al que no consigue vencer. Pero Shane Black también se las ingenia para meter mensajes dentro de la propia cinta como la naturaleza humana, la rabia, sus personajes discapacitados como la clave para poder salir adelante y darles el protagonismo que merecen y, en especial, que al final los locos son los más cuerdos de todos. Y para ello se reúne de una plantilla de locos que, por enemigo y tiempo pasado, podrían ser los chavales de Una pandilla alucinante, uno de los guiones de Black.
Pero dejando de lado historia, mensajes y posicionamientos, Predator es violencia en estado puro. Shane Black no se corta un ápice en mostrar en pantalla chorros de sangre, cuerpos desmembrados o tripas saliendo. Predator siempre ha sido violencia, pues es un cazador que se dedica a recolectar las columnas de sus presas. No da pie a canciones bonitas, ni a momentos ñoños. Predator es sangre, es vísceras y es diversión. Esta entrega pierde todo el componente de terror que podrían tener sus anteriores entregas y lo entrega todo al humor. Un humor muy inteligente que es capaz de en momentos de tensión total, tener la sonrisa en la boca. Shane Black sabe como dotar de humor a sus obras, sabe como introducirlos dentro de la historia y eso hace que nunca desentone. Quizás en la presentación de los protagonistas se le vaya un poco la mano, pero después todo eso lo enlaza maravillosamente con sus personalidades.
Y es que si otra cosa sabe hacer Black es escribir personajes. Los personajes de esta Predator son únicos, con su historia, sus taras y sus ventajas. Todos ellos, unidos son auténticas máquinas de matar. Todos ellos encabezados por Boyd Holbrook (Logan) y Olivia Munn (X-Men: Apocalipsis), quienes llevan la mayoría del peso de la cinta y de la historia. Otro que sigue cautivando es Jacob Tremblay (La habitación), que aquí hace un niño con autismo. El resto de los “héroes” de la historia son Trevante Rhodes (Moonlight), Keegan-Michael Key (¿Tenía que se él?), Augusto Aguilera (Anatomía de Grey), Alfie Allen (John Wick) y Thomas Jane (Deep Blue Sea). Un reparto muy coral para una cinta que es coral.
En definitiva, Predator es una gozada de principio a fin. Es una cinta que quiere ser divertida, que quiere tener acción y que quiere hacer que te lo pases genial en el cine. Y lo consigue. No quiere parecerse a ninguna de la saga, quiere ser ella misma. Shane Black ha conseguido crear una cinta que devuelve en parte algo de esperanza para una franquicia que estaba muerta. Como ya he dicho: Una gozada.
Lo mejor: La violencia, la acción, el humor, los personajes y la dirección de Shane Black.
Lo peor: Se nota en algunos puntos que le han cortado metraje.
Puntuación: 8/10