Hacia el final de esta tercera entrega de Los mercenarios, uno de los protagonistas dice: «estos tíos están pirados». Es una de las incontables frases introducidas en el guión, que por supuesto firma Sylvester Stallone (La gran revancha) junto a los dos autores de la inverosímil pero disfrutable Objetivo: la Casa Blanca, que pueden extrapolarse con facilidad a la vida real. Y es que esta saga sólo se puede entender de dos formas. Por un lado, es un producto que apela constantemente a la nostalgia ochentera, década en la que lucieron sus protagonistas. Por otro, son cintas de acción sin demasiado cerebro, menos que las de aquellos años 80, que era cuando funcionaban. Lo malo es que las dos fórmulas se agotaron con la primera entrega. La hicieron, pasaron un buen rato en esa reunión de viejos amigos y tendrían que haberse detenido ahí. Pero no, ya van dos secuelas, se anuncia ya una tercera, y sigue sin haber nada nuevo en el horizonte.
Quien va a ver Los mercenarios 3, eso sí, sabe de antemano lo que le van a ofrecer. Tiros, explosiones, acrobacias imposibles y no sólo para hombres de sus edades, y los tipos duros de esos años 80 pasándoselo bomba en la pantalla (y probablemente también fuera de ella). «Hacía años que no me divertía tanto», confiesa el personaje de Harrison Ford (El juego de Ender) en una escena, y de nuevo hay que pensar que lo está diciendo el actor. Lo mismo cuando Arnold Schwarzenegger (El ultimo desafío) anuncia que se retira, le pide a Stallone que haga lo mismo, y luego le dice que le mintió para poder manejar así una ametralladora de enorme tamaño. Lo malo es que estos son los mismos chistes que lucieron en 2010 en la primera película de Los mercenarios. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Prácticamente nada, aunque es verdad que esta tercera entrega es algo más entretenida que la segunda, de largo la peor de la por el momento trilogía.
El único cambio que hay entre cada película es la suma indiscriminada de nuevos nombres al reparto. En el mismo cartel del filme ya dejan claro que son ellos mismos pasándoselo en grande. No es una foto de los personajes, sino de los actores. Y quizá eso sea lo que muchos busquen en Los mercenarios 3. No hay que olvidar que es una película que se siente en la obligación de presentar hasta 17 nombres en su cartel y en sus créditos, con lo que lo importante no es el personaje que uno tenga o que haya una razón de ser en el guión que, era de esperar, es terriblemente plano e intrascendente. Lo importante, sencillamente, es estar. Y en ésta, además de los ya presentes en las anteriores y con la ausencia de Bruce Willis (Looper), están Harrison Ford, Mel Gibson (Vacaciones en el infierno), Antonio Banderas (La mascara del Zorro) y Kelsey Grammer (Transformers: La era de la extinción). Tanto da que se explique de dónde salen sus personajes, como es el caso de Banderas, como que no se haga. Hay que estar y punto.
Lo curioso es que, siendo ésta una película perfectamente intercambiable con cualquiera de las dos anteriores, son precisamente esos añadidos los que hacen que esta tercera entrega sea mejor que su predecesora, incluso que sea la mejor de las tres (sin que eso sea decir gran cosa), porque Antonio Banderas y Mel Gibson son de largo lo mejor que tiene que ofrecer Los mercenarios 3. El primero lo deja claro en la delirante escena en la que canta (y ojo a lo que canta), el segundo siendo el mejor villano de la saga, respondiendo probablemente así al odio que se levantó contra él en Hollywood hace unos años por un par de escándalos sociales. De nuevo, una dosis de realidad. Eso y el clímax, que es donde se da rienda suelta a toda la adrenalina y la acción que se echa en falta durante una larguísima introducción y el más plano y soso tramo intermedio de la película es lo que salva el resultado final de un a ratos merecido varapalo.
Olvidémonos de los mensajes, aunque Los mercenarios 3 los quiere introducir (que si los amigos, la familia, el relevo generacional, las nuevas técnicas para actuar en este peligroso mundo…). Pasemos de las escasas excusas para montar la historia que encuentran Stallone y sus amigos, porque da absolutamente igual. No tengamos en cuenta las nulas dotes interpretativas, decrecientes año tras año, que muestran Stallone, Schwarzenegger, Dolph Lundgren (Soldado universal) y tantos otros. Si nos quedamos con la media hora final, eso entretiene. Y eso es el único objetivo asumible para la película. Lo anterior es malo. A ratos, incluso francamente malo. Pero aquí se viene a ver a estos pirados viviendo de la nostalgia… ya por tercera película consecutiva. Y amenazando con una cuarta.
Puntuación: 3 / 10
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