Roger Mitchell suele hacer películas que deja un sabor de boca agradable, como sucedió en sus dos cintas más conocidas, Notting Hill y Morning Glory. Le Week-End viene a ser en cierto sentido algo parecido a aquellas, porque durante sus ajustados 93 minutos fascina con facilidad por el retrato del amor de madurez que plantea, por la postal de París que muestra, por el relato del viaje a esa ciudad con el que una pareja británica celebra su trigésimo aniversario de bodas. Con naturalidad, condensa dos vidas en un fin de semana. Pero el problema es que falta el lunes. Falta el lugar al que la película quería llevarnos. El viaje, bien, notable incluso en algunos momentos, pero queda la impresión de que nos falta conocer el destino para valorar adecuadamente la travesía.
En esta nueva colaboración entre Mitchell y el guionista Hanif Kureishi (Mi hermosa lavandería) la historia se mueve entre la comedia y el drama, entre los diálogos y situaciones divertidas y las realidades oscuras y deprimentes de treinta años del matrimonio que forman Nick (Jim Broadbent (El atlas de las nubes)) y Meg (Lindsay Duncan (Una cuestión de tiempo)). En ese equilibrio es donde se ve lo mejor y lo peor de Le Week-End. Lo peor es que los altibajos emocionales son tan enormes que en ocasiones la verosimilitud se ve algo afectada. Y lo mejor parte de esa misma sensación, porque Mitchell y Kureishi consiguen así abarcar las vivencias de tres décadas en hora y media de película y dos días de relato. Se intuye, se ve, se siente todo el bagaje personal que arrastran Nick y Meg, fruto del esfuerzo de síntesis de los autores.
Gracias a ese trabajo, cada escena contiene pinceladas de vitalidad y sinceridad: la llegada de Nick y Meg a París, la desilusión al ver el hotel que han reservado, la forma en la que consiguen un hotel más lujoso, las confesiones y travesuras que acontecen durante el fin de semana, las diferencias de carácter e ilusiones entre ambos o el singular encuentro en la calle de un viejo amigo de él, Morgan (Jeff Goldblum (Parque Jurásico)), que ahora reside en la capital francesa. Pero falta el remate. Falta una conclusión emocional. Y no precisamente porque la última escena de la película falle, al contrario, es otro momento más de viveza. ¿Pero hacia dónde nos ha llevado la película?
Eso es lo realmente discutible de Le Week-End, porque tan lícito es encontrar conclusiones contundentes al final de la película como pensar que se ha asistido a un episodio que no ha llegado a su final, a una colección de escenas espléndidas, a una montaña rusa emocional que no ha llegado a detenerse. Y quizá lo segundo sea algo más correcto. No obstante, es tal la empatía que generan Broadbent y Duncan ya desde la primera escena en el tren que esa flaqueza queda como un detalle menor, aunque sea inevitable pensar que recorta el ambicioso retrato del amor en la madurez que podría haber supuesto la película.
Entre pros y contras, el espectador se coloca en otra montaña rusa, paralela a la que recorren los protagonistas. Porque por muchas dudas que pueda dejar el resultado final, hay en Le Week-End dos interpretaciones maravillosamente sólidas y realistas, así como un puñado de escenas y diálogos que se quedan en la memoria, especialmente la cena en casa de Morgan, auténtico corazón emocional de la película en todos los sentidos. Y por eso, el filme divierte, conmueve y emociona. Aún sin ser redondo, no es poco.
Puntuación: 6 / 10