La vida de Adèle será para siempre un pequeño gran triunfo del mundo del cómic en su cada vez más popular asalto al mundo del cine. La película de Abdellatif Kechiche (Cuscús) está basada en la espléndida novela gráfica El azul es un color pálido, de Julie Maroh, y eso es algo que enorgullece a todo aquel que considera el cómic como un arte. Pero la sorpresa es que el filme pasa de puntillas por las viñetas para coger momentos, esbozos, alguna idea y, sobre todo, aquello que está llamado a generar controversia (y de paso titulares), la relación homosexual entre las dos mujeres protagonistas. Pero se olvida del espíritu de la novela gráfica, se olvida del drama y se queda en la historia costumbrista. El azul de la película es muy pálido comparado con los logros del cómic.
Eso se debe a que El azul es un color pálido es una historia trágica que acontece en el marco de la vida de una adolescente, Clementine, que está descubriendo su gusto por las mujeres con Emma, mayor que ella y con el pelo teñido de azul, mientras que La vida de Adèle cambia tanto el escenario, aún repitiendo y moviendo de sitio algunos detalles, que incluso modifica el nombre de la protagonista. Adèle es el cambio más radical de la adaptación, porque apenas tiene que ver con Clementine. Pero lo que varía es, sobre todo, la intención de una y otra obra. El cómic es una historia trágica, dramática y muy dura. La película no. Y eso es difícil de aceptar en el salto de la página a la pantalla.
Es cierto que valorar la adaptación no es más que una de las formas en las que se puede analizar esta y cualquier otra película que se basa en una obra literaria (porque, sí, el cómic es literatura). Pero para quien no conozca o no haya leído la novela gráfica de Maroh, estos detalles serán menos trascendentes. Para ellos, la crítica parte de otro enorme problema: Kechiche es redundante en su exposición y carece por completo de la necesaria capacidad de síntesis para cerrar la película, y eso le lleva a una duración de nada menos que 179 minutos. Exageradísima, innecesaria e inmotivada con lo que ofrece en todo ese tiempo, interminable y, por tanto, agotadora.
Se puede pensar que La vida de Adèle es una película valiente por abordar el lesbianismo, y hacerlo con escenas de sexo largas y explícitas entre Adèle y Emma. Dentro de unos años este título salga al hablar del camino para la normalización de la sexualidad en la sociedad y en el cine, de eso no cabe duda. Pero para quien no tenga un problema con esa materia, verá esas escenas como una de las muchas repeticiones de Kechiche, que en todo caso no es tan valiente como pueda aparentar, ya que la homosexualidad no es apenas un problema social en la vida de la protagonista, como sí lo es en la de Clementine en la novela gráfica, indudablemente más valiente que el filme.
El problema de Kechiche está sobre todo en la sala de montaje, porque rueda bastante bien, con mucha naturalidad y hay escenas realmente conseguidas. A eso contribuye decisivamente el gran trabajo de las dos actrices protagonistas, que son quienes salvan la película. Ellas, Adèle Exarchopoulos (La redada) y Léa Seydoux (Misión imposible: Protocolo fantasma) están extraordinarias, entienden a sus personajes en los momentos dulces y en los amargos, muestran sus cuerpos y abren sus corazones. Con más concreción en el montaje, sus trabajos habrían sido aún mejores, pero lo redundante en este análisis interpretativo no existe. Para el actor, son más porciones de un mismo retrato. Es el director quien debe asumir dónde hay mensajes para el espectador. Y ahí es donde se pierde La vida de Adèle, una película con momentos fascinantes pero que agota sin remedio con sus tres larguísimas horas.
Puntuación: 4 / 10
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