Un auténtico lujo. Así de simple se puede definir la sensación que queda tras el visionado de La isla mínima, la nueva cinta de Alberto Rodríguez (Grupo 7), la mejor película española de 2014 y posiblemente una de las mejores de la historia del cine español. Quizá sean palabras mayores pero esa el sensación que deja, incluso después de reposarla varios días. La isla mínima es un thriller trepidante que funciona de maravilla con cualquier tipo de espectador gracias a sus diferentes capas y lecturas.
1980. Dos policías de la capital, cada uno con sus ideales, son enviados un pueblo cercano al Guadalquivir a investigar la desaparición de dos niñas. Con esta premisa tan simple como popular, Rodríguez y su fiel compañero de escritura Rafael Cobos (After), construyen el thriller de intriga perfecto. Quien quiera ver una historia de descubrir al sospechoso, la tiene, pero quienes quieran sumergirse en su profundidad encontrarán desde una metáfora de la sociedad actual, hasta una historia de entonces, pasando por la redención, la extorsión, y los secretos de los personajes.
La isla mínima arranca con unos planos cenitales de las marismas del Guadalquivir, que recuerdan a las radiografías cráneo encefálicas, que nos dejan embobados. Alberto Rodríguez sigue la línea de Grupo 7 y nos ofrece una dirección trepidante que no da tregua el espectador. La cinta dura algo más de 100 minutos y no tiene ningún bajón. La investigación y el cara a cara, entre policías y pistas, se intercalan con secuencias de acción de aplauso. Citaremos la carrera tras el cazador furtivo y la persecución automovilista como ejemplos de ello, y esta ultima una de las más grandes e impactantes de los últimos años. La dirección de Rodriguez recuerda, en muchos momentos, a la de David Fincher (Perdida) en cintas como Se7en o Zodiac. Esa pasión por el detalle y esos cenitales donde parece que Dios esta observando a unos personajes que esconde muchos secretos así lo justifican.
Si algo tiene La isla mínima que es capaz de transportarnos a los años 80 es su potente dirección artística, desde ese Chrysler 180 hasta el aparato de escucha telefónica, pasando por las baldosas, motos, cabinas telefónicas…. todo, absolutamente todo, esta muy cuidado, tanto que rezuma a antiguo.
Otro punto fuerte de la película es la increíble partitura de Julio de la Rosa (Primos), quien basándose en los sonidos de las marismas, compone una selección de temas muy inquietantes que en muchas ocasiones acentúan la personalidad de los personajes.
Demandando su primer Goya como actor revelación nos encontramos al veterano Javier Gutiérrez (2 francos, 40 pesetas). Sin duda un reclamo más para acercarse a la cinta de Rodriguez. Gutiérrez no solo demuestra su vis dramática sino que consigue meterse al espectador en el bolsillo con un personaje, de primeras, muy desagradable. Su presentación, comiendo y pidiendo cosas a la cocina mientras dos guardias civiles le informan del caso, así lo atestigua. Raúl Arévalo (La vida inesperada) siempre esta bien, aquí es la replica perfecta a la derecha apisonadora, la izquierda que surgía con la cara bien alta, sin duda otra interpretación memorable del actor mostoleño. En una segunda capa encontramos al siempre aplaudible Antonio de la Torre (Caníbal), en un papel breve pero intenso, Nerea Barros (El oro del tiempo) una chica joven que cuela perfectamente como madre y señora maltratada, y el chico de moda, Jesús Castro (El Niño) en una faceta interesante.
En resumen, La isla mínima es una cita obligada que todo amante del buen cine debe tener. No solo esta hecha de maravilla sino que entretiene de manera soberana sin dar tregua hasta el más exigente de los espectadores. Seguramente tardaremos en encontrar otro producto capaz de satisfacer a tanta gente.
Lo mejor: Todo, pero destacando la dirección de Rodríguez y la interpretación de Gutiérrez.
Lo peor: Es tan fascinante que requiere un visionado adicional para disfrutar de todos los matices.
Puntuación: 10/10
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