Me cuesta mucho escribir una crítica cuando la película de la que tengo que hablar me ha dejado sin palabras. Han sido pocas veces ya que al final del todo las palabras comienzan a fluir sin cesar hasta terminar con la crítica. Recuerdo que una de esas que me costó horrores escribir fue El árbol de la vida, la obra cumbre de Terrence Malick. Y ahora, unos cuantos años después, llega Quentin Tarantino y realiza una película tan inabarcable como maravillosa. No engaño a nadie cuando digo que el l’enfant terrible de Hollywood es mi director favorito, y que hago una revisión de toda su filmografía una vez al año. Érase una vez en… Hollywood es, en parte, una especie de epílogo a la carrera cinematográfica del director, pues lleva diciendo años atrás que la décima sería su última cinta, esta es la novena, y podría ser perfectamente el cierre a una carrera que ha marcado como pocos a varias generaciones. Érase una vez en… Hollywood es una auténtica obra maestra.
Seguramente decir que Tarantino ha realizado una carta de amor al cine es algo absurdo, pues en toda su filmografía rinde homenaje, de una manera o de otra, al arte que le ha dado todo, al arte por el que se ha desvivido y por el que ha peleado. Porque salvando Django Desencadenado y Los odiosos ocho, Tarantino ha ido tocando todos los géneros que posiblemente le han marcado en su vida. Pero ahora decide realizar un homenaje no solo al cine en general, sino a todos aquellos que hacen posible que el cine siga vigente hoy en día. Con esto me refiero a que la historia que plantea Tarantino es la de un actor de renombre que termina medio cayendo en el olvido, con su mejor amigo que es su doble de acción y que luchará por un último papel y no caer en el olvido. Pero es que, a raíz de esto, Tarantino tiene hueco para los directores, para los agentes de casting, los productores y las grandes estrellas del Hollywood de los 60. Érase una vez en… Hollywood es la carta definitiva a una época, a una forma de entender el séptimo arte y que hoy en día sería muy complicado de entender.
Y es que todo está planteado al milímetro. No hay ninguna escena al azar, no hay ninguna alargada innecesariamente y no hay ningún personaje que sobre. Todo en Érase una vez en… Hollywood tiene su motivo. Si vemos una conversación que parece que no lleva a ningún lado, tranquilos, Tarantino tiene en un par de escenas más tarde algo con lo que dotar a esa conversación de sentido. E incluso se permite tener, quizás, el momento más hermoso y emotivo de toda su filmografía: Cuando Margot Robbie (que interpreta a Sharon Tate) entra en un cine a ver una película protagonizada por ella misma. Son estos momentos los que hacen que el cine de Tarantino esté a otro nivel. No hay un director en la actualidad que cuide tan bien sus guiones, sus historias y a sus personajes. Todo lo que hace Tarantino lo hace con motivo. Es cierto que quizás en Érase una vez en… Hollywood sus diálogos quizás haya querido ser más pausado, más tranquilo y no tan rabiosos como en anteriores cintas. Esta película es una cinta que se cuece a fuego lento para explotar cuando tiene que hacerlo, pero todo lo que hay entre medias es simplemente maravilloso.
Y se nota en todo momento que Tarantino tiene algo en especial con la cinta, posiblemente más personal que el resto de su filmografía, pues ha lanzado definitivamente todo el cine que tenía dentro. Y para ello ha querido rodarla en el ámbito de 1969, cuando Sharon Tate y Roman Polanski estaban en boca de todos y Charles Manson acabó con todo. Y creo que no hay mejor director que Tarantino para trasladar esa historia a la pantalla con los millones de referentes cinematográficos que tiene. Además, al igual que casi hiciera Alfonso Cuarón en Roma, Tarantino coge de sus recuerdos para trasladarlos a la gran pantalla y que veamos como recuerda él mismo aquella época. También hay que agradecerle que se junte con tres actores que demuestran lo estrellas que son. DiCaprio y Brad Pitt realizan un clinic de como deber ser una interpretación y Margot Robbie roba cada uno de los planos en los que sale. La cámara le gusta y Tarantino lo sabe.
Érase una vez en… Hollywood dura cerca de las tres horas, pero cuando entras en su historia y ves que termina tienes que mirar el reloj para comprobar que las tres horas han pasado en un suspiro. Quentin Tarantino, el cinéfilo, ha terminado por el explotar todo aquello que tiene en la cabeza y exponerlo en una cinta que es historia del cine, cine dentro del cine y una carta de amor a una época. También es la demostración de la delicadeza de Tarantino al tratar un tema que parecía tabú. Érase una vez en… Hollywood es, definitivamente, una obra maestra.
Puntuación: 10