Un año. Ese es el tiempo que ha pasado desde que Peter Jackson (Criaturas celestiales) nos presentara su nueva aventura en la Tierra Media. Ahora, el aclamado director nos trae la segunda parte de la trilogía que precede a la de El Señor de los Anillos. Nuevos lugares, nuevos personajes, nuevas tramas y nuevas aventuras en la titulada El Hobbit: La desolación de Smaug. Ojo, porque esta vez Bilbo, Gandalf y los Enanos vuelven con más fuerza, elocuencia y grandiosidad.
Creo que El Hobbit: La desolación de Smaug supera con creces a su predecesora, la cual recibió múltiples “palos” por parte de la crítica, que la tachaba de aburrida en su mayor parte, y con multitud de secuencias prescindibles. Esta segunda parte no recibirá tanta mala crítica, en mi opinión. Arranca mucho antes, tiene escenas de acción que se disfrutan mucho con el 3D, una historia (a partes innecesarias) muy aceptable y, por supuesto, algo que ansiaba ver: un dragón.
Bien es cierto que hay muchos despropósitos que se resumen en uno solo, y es el estiramiento que ha sufrido esta obra de J.R.R. Tolkien. Peter Jackson sabía que esta historia se podía contar perfectamente en dos películas, pero prefirió meter más cosas, llamar más la atención del espectador hacia tramas y personajes secundarios, y de esa forma, rodar una tercera entrega que acabaría siendo el broche final a una trilogía de (más o menos) 500 minutos de metraje, basándose en un libro de 324 páginas, si no recuerdo mal. Si, parece increíble, pero es cierto. Es demasiado, y aunque esta idea de Jackson tiene muchísimos detractores, no creo que sea algo malo del todo, ya que somos unos cuantos fans de la Tierra Media a los que no nos importa demasiado seguir en ella, y conocerla cuanto más, mejor.
Hay muchos motivos por los cuales estoy esperanzado a ver algo épico en la última película de El Hobbit. Algunos enanos cobran más importancia, y ya no son el simple grupo de personas bajitas con un batiburrillo de nombre que nos presentaba Un viaje inesperado. Gandalf adquiere grandeza, aunque aún queda para que veamos al mago en ese estado de “éxtasis”, así que es un personaje que, espero, como todos, le queda mucho por ofrecernos. Me ha gustado el cambio que está experimentando Bilbo. Jackson sabe que tiene que oscurecerlo, hacer que eso que encontró en los túneles de los trasgos de Moria le pase factura, y en esta película lo podemos captar. Los Orcos también juegan su rol importante en El Hobbit, siendo el jefe Azog la referencia.
Son bienvenidos algunos personajes que le dan un soplo de aire fresco a la historia, aunque quizás llegue un punto en que son demasiados. Este es otro tema donde entra la imaginación de Peter Jackson, pues retorna a personajes de El Señor de los Anillos ausentes en El Hobbit. Quiere dar espectáculo, y trae a personajes como Legolas, Tauriel, Thranduil, Beorn o Bardo, que dan emoción y nos dejan escenas bastante atractivas. Quizás se eche de menos a Gollum en esta entrega, pues a mí personalmente me encantó su aparición en la primera parte.
Personalmente, a pesar de que es una película que creará controversia, la he disfrutado. Sin duda habrá debate de fans, y de los que no son tan fans. El error es compararla con El Señor de los Anillos. Supongo que Jackson se equivocó alargando tanto este libro que en teoría Tolkien lo escribió como literatura infantil, pero ¡qué demonios!, yo me lo he pasado bien en la Tierra Media por quinta vez, y no creo que eso cambie. Ni que decir tiene que es una cinta que merece la pena disfrutar en 3D, ya que hace virtud de esta tecnología desde el minuto uno.
Lo mejor: El dragón Smaug, la secuencia de los Enanos en los barriles y como no, Ian McKellen (X-Men).
Lo peor: Se nota de vez en cuando que muchas cosas son innecesarias. No se puede ocultar que a Jackson se le ha ido la mano un pelín.
Puntuación: 8/10
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