El hijo de Saúl es una obra maestra. Así, sin más. Si me dijeran hace unos años que veríamos una película sobre el holocausto diferente al resto, a esos, les hubiera tildado de locos. Pero por suerte, nadie lo hizo. László Nemes nos regala, con su ópera prima, una película arriesgada, dura y sin concesiones. Un cine diferente, no apto para todos los públicos, pues su puesta en escena dista mucho de lo que un espectador medio está acostumbrado a ver. Su manera de tratar el holocausto y todo lo que conllevó, se mete en ti y no te suelta hasta que esa pantalla a 4:3 decide poner los títulos de crédito. Desde ya, una de las mejores películas del año.
Sin querer entrar demasiado en detalles sobre la trama, pues El hijo de Saúl tiene que degustarse sin saber demasiado de ella, sólo diré que la cinta gira en torno a Saúl, un hombre judío que realiza trabajos para los Nazis en los campos de concentración, enviando a los suyos a la muerte para librar la suya. Este hombre encuentra una forma de huir del todo al ver el cuerpo de un niño que toma por su hijo y al que quiere dar sepultura. Y eso es todo lo que diré sobre la cinta. A partir de ahí, Nemes consigue desarrollar una historia terrorífica. No de terror, sino terrorífica en las imágenes que más que ver se intuyen detrás de nuestro protagonista, al que no le quitamos la vista de encima nunca.
No se la quitamos porque László Nemes ha rodado su película casi en primera persona, creando una asfixiante y tensa puesta en escena. No es del todo primera persona, porque aquí vemos a nuestro protagonista en todo momento. Pero no nos separamos de su rostro y de sus gestos. Lo que él ve, lo vemos nosotros. Arriesgado para una ópera prima, pero acertado para dar ese enfoque necesario a algo que ya hemos visto en muchas ocasiones en el cine. Además, el acierto de dejar al espectador que sea quien decida donde mirar es magistral. El director no se recrea más de lo necesario en lo que sucede fuera de nuestro protagonista, vemos lo que hay, vemos muertes, palizas…de todo. Pero él no saca la cámara y nos muestra lo que no vemos, recreándose en ellas, no. Él deja que seamos nosotros si queremos ver lo que hay o no.
Géza Röhrig es el debutante, también, que se ha atrevido a ser la imagen de Saúl. Y no podría haber sido mejor opción. Sin apenas diálogos, y sólo con sus expresiones, sabemos en todo momento lo que pasa por su cabeza, que va a hacer y como lo quiere. Si él llora, nosotros lloramos. Si el ríe, reímos. Y mantener una película de esta envergadura siendo un debutante, tiene más mérito. Realmente un gran descubrimiento. En definitiva, El hijo de Saúl es una absoluta obra maestra. Una de esas películas que llegan muy de vez en cuando y que cambian las cosas. Por ahora a mí ha conseguido conmoverme, emocionarme y entusiasmarme. Una obra de arte al alcance de muy pocos.
Lo mejor: Todo.
Lo peor: Su arriesgada puesta en escena que no es para todos los públicos.
Puntuación: 9/10