Un veterano y reconocido escultor (Jean Rochefort (El hombre del tren)) vive sus últimos años de vida con su esposa (Claudia Cardinale (Hasta que llegó su hora)) en el sur de Francia, falto de ideas e inspiración. El azar hace que una joven (Aida Folch (Los lunes al sol)) huida de un campo de refugiados de la guerra civil española se cruce en su camino y le ayude a encontrar una nueva idea en la que trabajar.
Hemos llegado a un punto en el que una película en blanco y negro, pausada en cierto modo, y que reflexiona sobre el arte (entre otras cosas), como es El artista y la modelo, es considerada rara avis en las carteleras. Es un hecho tan triste como real; por eso cuesta poner peros, y se tiende a la alabanza que el simple gesto merece. El director se desplaza por la película con gran naturalidad, sin excesiva pretensión, con tranquilidad y coherencia, como si la obra fuera un ente que existía antes de rodarse, y él hubiese comprendido completamente de qué trata el asunto y simplemente quisiera disfrutarlo con la complicidad que no tantas veces se da entre un personaje y su entorno. No hay altibajos, no hay relleno, ni elipsis excesivas; el ritmo es el apropiado y encaja como anillo al dedo con los protagonistas; por momentos se pierde la noción del tiempo, como le sucede al escultor enfrascado en su obra. El blanco y negro, que en boca del propio Fernando Trueba (Two much) no era una opción, sino la única visión que siempre tuvo de la película, nos describe los volúmenes, las siluetas, las luces y las sombras, la limpieza llena de polvo del taller, la vejez y la juventud; es difícil oponerse al director en este aspecto. Las imágenes se sirven de los personajes a menudo igual que del entorno, y en ausencia casi total de música, nos muestran unas verdades que sin ser excesivamente profundas, sí son agradables, llenas de naturalidad.
Podría entenderse que la película derrocha poesía, pero no es realmente así. De hecho, las potentes palabras del artista restan sutileza en vez de aportar significado, la mayoría de las veces; las conversaciones entre el artista y su modelo parecen en ocasiones algo forzadas, como si el director necesitara poner en boca de un personaje una frase que no se puede callar. Quizás en varios momentos hubiese sido suficiente con un gesto, una mirada de alguno de los protagonistas, para decir lo mismo que con palabras sugieren. Sólo en alguna ocasión presenciamos esto, como cuando el escultor y su inspiración se acarician con total complicidad. En cualquier caso, los actores realizan un trabajo notable o incluso muy bueno; Jean Rochefort aporta su presencia y experiencia a un personaje que lleva gran parte del peso de la película casi sin esfuerzo (aparente); cualquier cosa que diga o haga será entendida o respetada, cualquier idea, por loca que parezca, causará cierta admiración, por parte de niños, adultos, artistas, curtidos trabajadores, militares e incluso por parte de su esposa; Claudia Cardinale interpreta a una mujer que ha debido aguantar las rarezas de su marido hasta por fin no sólo respetarlas, sino comprenderlas. Fue una mujer bella y deseada por muchos hombres poderosos y artistas, y al final eligió quedarse con su escultor, hecho que el propio artista valora. Entre ambos se advierte una relación de total complicidad nuevamente, y es que esta extraña palabra, o su significado, está muy presente en toda la película. En contraposición a la experiencia y sabiduría casi rendida del escultor, encontramos la naturalidad, valentía e inocencia de la joven Mercé (Aida Folch). Cuando se encuentran ambos, a penas son capaces de dirigirse una mirada, y menos de pronunciar palabra; pero los dos intuyen que algo va a pasar; pocas veces se equivoca el artista en este tipo de apreciaciones. La relación va creciendo de manera natural y creíble, a veces como amistad, a veces como inspiración, a veces como maestro y alumna, a veces como padre e hija, a veces sexual. Más allá de lo que se divague sobre el arte, acerca de la esencia del ser humano o de la belleza de la mujer, sobrevuela la relación de los protagonistas, en la que uno le aporta al otro lo que más necesitaba en el momento de su encuentro, en la bonita etapa de sus vidas en que coincidieron, cuando ninguno de los dos lo esperaba. Con la misión de restar solemnidad al film, el director mide bien el tiempo y la presencia de una Chus Lampreave (Volver) que aporta alguna sonrisa en momentos puntuales; es difícil saber qué habría pasado si este personaje no hubiera aparecido, el riesgo de caer en pretensiones no resueltas habría existido, pero quizás habría que haberlo corrido. Los niños funcionan mejor como contrapunto a la seriedad y la reflexión que la película contiene; su naturalidad y curiosidad conviven perfectamente con la palabrería de un artista que seguramente no busca nada más que recuperar todo lo que a ellos les sobra.
El artista y la modelo es un trabajo bien hecho, interesante y bienvenido. Pero parte de algunas premisas que generan dudas sobre el conocimiento del director acerca de alguno de los temas que trata, y a este nivel, la exigencia debe ser máxima. Fernando Trueba nos presenta a un artista que resulta antiguo hasta para la época en que en teoría vivió. Perfectamente podría haber ambientado la película en pleno Renacimiento, o incluso antes; la visión del artista apartado del mundo, que busca la belleza objetiva de la naturaleza, responde a una idea sobradamente superada. El director parece obviar los grandes cambios y movimientos que el mundo del arte experimentó, como el resto de mundos, en el siglo XX, cuando la belleza dejó de ser una cualidad de las cosas para pasar a ser una componente en la mirada del espectador. Un cineasta del siglo XXI del nivel del que hablamos debe saber mucho de esto, lo que lleva a la conclusión de que lo que nos cuenta es una opinión muy personal y una visión de lo artístico suya que necesitaba contar. Opción muy respetable a la que el espectador debe atender teniendo en cuenta la realidad del arte de hoy en día, ése del que cada vez nos sentimos más distanciados, ése que no siempre es una estafa, al que deberíamos acercarnos (y él, o ellos, los artistas, a nosotros), pues es con el que nos ha tocado convivir y el que refleja nuestras realidades… y no parece que la película camine en esta dirección.
Lo mejor: La película es coherente consigo misma y con lo que muestra. Los actores/personajes protagonistas no sólo resultan creíbles, sino interesantes. El simple gesto de hacer la película es elogiable.
Lo peor: Se ofrece una visión del arte caduca hace ya mucho tiempo, comprensible en cualquier persona, no tanto en un cineasta, en un artista.
Puntuación:7/10