La perfección del cine británico se traslada ahora a una de las series más exitosas y premiadas de la última década, Downton Abbey, con su salto a la gran pantalla. La perfección entendida como aquel tópico de que en las películas del Reino Unido todo está milimetrado, bien colocado, con impecable factura, unas interpretaciones de aúpa y una música que engalana cualquier plano o movimiento de personajes. No obstante, esto no convierte a ninguna obra en una gran película. Solo faltaría. Por otro lado, poco más le basta a este epílogo de la serie para ser una buena película y un divertimento para cualquier neófito en terreno de las peripecias de los Crawley.
De hecho, el carisma de todos los personajes, tanto la aristocrática familia como el nutrido grupo del servicio (mayordomo, ama de llaves, cocineras, doncellas…), es el pilar principal en el que se sustenta la película, como otrora la serie. En la cinta no le sucede nada relevante a ningún personaje, el arco argumental de los protagonistas no prosigue su andadura. La visita de los mismísimos reyes del Reino Unido (Jorge V y María de Teck) pone patas arriba el inmenso hogar de la familia y pone en guardia a su personal, relegados a meros espectadores por el servicio personal de los monarcas. Las temporadas de la serie cerraban el año con un capítulo especial en Navidad con una duración más extensa. Este epílogo, estrenado en cines aprovechando el éxito mundial, no deja de ser como otro episodio más. Está cortado por el mismo patrón y carece de elementos cinematográficos meritorios. Fía todo al fan service y a la solidez de un material de base con suficiente pedigrí. ¿Visión edulcorada de la aristocracia? Por supuesto, pero aquí no se viene a reflexionar sobre las desigualdades sociales, sino a divertirse con las bondades de los de arriba y abajo.
A Julian Fellowes, guionista y creador de Downton Abbey, y Michael Engler, director del film y responsable de varios episodios, no les importa tanto narrar algo realmente destacable en torno a los protagonistas (algunas de las tramas abiertas se antojan en todo momento prescindibles) como sí construir una historia divertida y emocionante que vertebre todo el metraje. También es cierto que la serie en sus últimas temporadas perdió la frescura e ingenio de sus inicios y derivó en un culebrón afilado de lujo reforzado por un reparto sin mácula. Cuatro años sin las vivencias de la familia Crawley y compañía ya son suficientes para hacer florecer la nostalgia y engatusar con una comedia dramática tan liviana y sencilla como esta cinta. Misión cumplida, sin duda. Pero su salto a la gran pantalla merecía tener más alma en su conjunto y apostar por una nueva dimensión en los protagonistas.
Al final, Downton Abbey se erige como el estandarte del todo igual para triunfar igual. Mansión victoriana, vestidos de gala, aristocracia guapa y elegante, comentarios sarcásticos, servicio dicharachero. Todos los elementos vuelven a converger en un festival de la ficción bristish por excelencia. Eso sí, lo más importante: los dos ingredientes más elogiables son su exquisita y modélica banda sonora de John Lunn y el soberbio reparto, plagado desde el primer episodio de nuevas caras y de algunos veteranos de la escena británica. Michelle Dockery, Joanne Froggatt y Brendan Coyle son los predilectos de un servidor, más allá de la icónica abuela Violet de Maggie Smith. De las incorporaciones para el film sobresale la siempre excelsa Imelda Staunton, dispuesta a robar el protagonismo de esta última.
Un fenómeno seriéfilo transversal como pocos: desde su target más objetivo (señoras de mediana edad) hasta los amantes de las series más sesudas. La unión de las cejas altas y cejas bajas. Downton Abbey fue durante seis temporadas la serie predilecta de millones de espectadores y ahora encandilará a conocidos y extraños en la gran pantalla. La película resultante es un sólido drama de época, con estupendos tintes de humor, y una masterpiece del cine de tacitas.
Lo mejor: Su soberbio elenco
Lo peor: Se conforma con unos mínimos
Nota: 6/10