Cuarta colaboración entre Antonio de la Torre (La gran familia española) y Manuel Martín Cuenca (La flaqueza del bolchevique) que adaptan muy libremente (el primer error de la película), la obra Caríbal de Humberto Arenal. Acompañados por la actriz rumana Olimpia Melinte, nos cuentan la historia de un sastre con tendencia homicida que, con la llegada de una nueva vecina, tendrá que enfrentarse a nuevas emociones.
117 minutos a fuego lento, muy lento. El guión escrito por el propio director junto con Alejandro Hernández (Lo mejor de Eva) sufre el síndrome de muchas adaptaciones. Dicha patología consiste en creer que tu visión va a resultar más interesante que la obra original, a pesar de ser considerada de éxito. Hay que estar muy seguro de superar la historia en la que te inspiras y por desgracia, no estamos en ese caso. Hay que reconocer que la película tiene un arranque prometedor. Los alrededores de Granada son un personaje más en la historia. Carreteras poco transitadas, gasolineras solitarias, en definitiva un paisaje que dice al espectador que ante cualquier amenaza la ayuda puede tardar en llegar. Por no hablar de la presentación del personaje protagonista. Meticuloso y letal, en una escena que tristemente recuerda a hechos reales. A partir de ahí, la trama se atasca en un bucle de escenas que no llevan a ningún sitio (largos planos de la sastrería, Carlos comiendo o mirando por las ventanas), un intento de captar la vida ordenada del protagonista pero se olvida de un elemento clave del cine. Entretener. No es un problema tener un ritmo pausado y contemplativo (buen reflejo de la psique del protagonista) pero en todo momento debes contar algo y que ayude al espectador a mantener el interés por los personajes. En ese sentido, no ayuda una historia de amor poco creíble (no convence el repentino sentimiento que nace, ni los actos posteriores) ni tampoco que los momentos más dramáticos (escena final en la chimenea) provoquen risas en la sala. Aunque en esa ocasión no se debe al guión si no a la forma de expresar las líneas del mismo, ya que a veces una pausa puede ser relevante pero en otras puede provocar una reacción contraria a la buscada (el caso que nos ocupa). Un dialogo más ágil, ayudaría a la escena.
Antonio de la Torre es el ingrediente que nunca falla. El actor malagueño vuelve a cambiar de registro y logra una actuación que rescata una de las máximas de la interpretación. Menos es más. Cada gesto (atención a los movimientos de dedos en la sastrería), cada mirada, todo tiene un sentido. Se nota un gran trabajo de ensayo y de preparación, muy al estilo del teatro, ya que estamos ante un personaje que no da juego a la improvisación. Transmite perfectamente la carencia emocional del personaje. Por otro lado, Olimpia Melinte, consigue hacer creíble sus dos personajes (hermanas gemelas). Para Nina tuvo que engordar diez kilos y consigue dotar a cada hermana de una personalidad diferente, con sus encantos y sus manías.
Observando su interesante póster, cabe esperar más de una propuesta con una base tan prometedora. Una pena que la falta de energía de su director, las escenas de relleno y un fallo de “raccord” final (simplemente imperdonable) consiguen que la historia carezca de interés. Al menos, como suele ser habitual, cuenta con dos actores que hacen más llevadera la experiencia.
Puntuación: 4/10