El cine de ciencia ficción está plagado de espléndidas e imaginativas ideas, de conceptos atractivos y de enfoques visuales muy efectivos. Pero eso no es lo complicado del género, eso es algo que está al alcance de prácticamente cualquier guionista o director. Lo que no está todo el mundo es capaz de hacer es que esas ideas, esos conceptos y esos enfoques se sostengan de principio a fin con la misma solvencia. Ahí radica la diferencia entre los clásicos y las películas que no lo son. Autómata es una buena idea, con un enfoque visual interesante, pero va fallando cada vez más según pasan los minutos hasta el punto de llegar a rozar la decepción en su tramo final. No traspasa esa barrera, la película se gana con esfuerzo la consideración de buen entretenimiento de autor, pero queda la sensación de que con dos o tres vueltas más el mismo guión podría haber acabado siendo un mejor filme.
Es la segunda película de Gabe Ibáñez como director tras Hierro, de 2009, y la primera también como guionista. No esconde en ningún momento la enorme cantidad de influencias sobre la que construye Autómata, siendo la esencial Yo, robot. Lo primero que viene a la mente tras la exposición de la historia es el error más habitual del género, el establecimiento de una fecha demasiado cercana en el tiempo como para creer algunas de los aspectos de este futuro cuasiapocalíptico que en este caso muestra Ibáñez. Pero eso, en realidad, es un detalle menor que se olvida muy rápido porque el aspecto de la película es notable, sobresaliente en ocasiones. Lo mejor, más allá de esa ciudad a lo Blade Runner o ese desierto que la rodea a lo Juez Dredd es el disfrute con los autómatas, piezas artesanales que se agradecen en el monopolio digital en el que parece vivir el cine contemporáneo y que sin duda proceden de la experiencia de Ibáñez como técnico de efectos visuales.
¿Pero dónde está el problema? En que la película comienza a escapársele a su director y guionista pasado su ecuador. Todo lo bueno que prometía en su primera mitad empieza a diluirse. Los conceptos filosóficos y trascendentales que se escondían en su guión, agazapados como las piezas que tendrían que ayudar a que la película fuera mucho mejor, se explican con una simpleza excesiva. Y las conclusiones del filme, que afectan también de una forma negativa al desarrollo visual de sus autómatas, acaban siendo decepcionantes. Por no hablar de alguna que otra situación inexplicable, que seguramente y como se ha dicho unas líneas más arriba se podría haber solucionado con alguna reescritura del guión. Y es que, casi de forma inevitable, la película se vacía de contenido, quedando esa mezcla de entorno noir y de ciencia ficción de su primera hora como lo más destacado.
El continente de Autómata, en todo caso, es lo suficientemente atractivo como para que la película no se hunda por sus defectos. El dilema personal y profesional del personaje de un más que correcto Antonio Banderas (Los mercenarios 3), es un buen motor para la cinta, que al mismo tiempo que permite una más que justificada fascinación por sus imágenes de ciencia ficción encuentra también un buen respaldo en la descripción familiar del personaje, por mucho que eso sea uno de los detalles que se resuelven mal y de forma simplista en el clímax final. Esa viene a ser la mejor descripción de la película, atrevida y de autor en algunos momentos, pero demasiado sencilla y convencional en otros. Entretiene, intriga, incluso ilusiona, pero en algunos momentos clave falla y en general no remata casi nada de lo que propone.
Puntuación: 5 / 10
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