Dentro del alicaído y poco imaginativo cine de terror contemporáneo, Expediente Warren – The Conjuring, de James Wan (Insidious), fue uno de esos títulos que invitaban a reconciliarse con el género gracias a una concepción muy inteligente y clásica del miedo. Annabelle es un spin-off de aquella, recuperando una de las historias que narra el matrimonio Warren, la de una muñeca poseída. Pero no hay que esperar ni dos minutos para ver que Annabelle va a tener muy poco que ver con Expediente Warren. Lo que en la cinta de Wan era astuto, aquí es torpe. Lo que allí se basaba en buenos personajes y en una brillante atmósfera, aquí encuentra un refrito de diversas películas (La semilla del diablo viene a ser una clarísima inspiración argumental; en cuanto a talento queda a años luz) y los sustos más fáciles a base de sonidos estridentes.
La decepción es enorme, precisamente porque Annabelle está directamente vinculada a Expediente Warren. Pero la explicación es sencilla. Annabelle es una película de saldo, con un presupuesto muy inferior al de su película madre (aunque, en realidad, suficiente para ofrecer algo más que esto) y una puesta en escena a cargo de John R. Leonetti (director de perlas del calibre de Mortal Kombat: Annihilation y El efecto mariposa 2) que es carne de videoclub. La torpeza no se limita al efectista uso del efecto sonoro como único generador de sustos, sino que incluso el guión encuentra docenas de situaciones inexplicables que contribuyen a desdibujar a los personajes e incluso a la situación sobrenatural a la que tienen que hacer frente.
El principal problema de Annabelle, como película de terror que es, no está ya en su nula originalidad o su nada disimulado objetivo de coger aspectos de cintas sobradamente conocidas, sino en no saber cómo acabar las escenas que plantea. Hablamos de un filme en el que la protagonista, una mujer embarazada a la que da vida Annabelle Wallis (Los Tudor), se enfrenta a la muñeca poseída (en realidad, esa no es la explicación completa, pero mejor descubrirlo en la película), y eso da pie a secuencias que, por separado, podrían provocar ese terror que no consigue el conjunto. Pero es ahí donde más y mejor se nota que falta talento. Secuencias como la del ascensor o la de los dibujos tienen una base inquietante, pero ninguna acaba bien resuelta.
Falta también ambición, porque Annabelle demuestra que el espectador puede ser mucho más cruel e imaginativo en el marco de una historia de terror que las propias fuerzas de la oscuridad que hay en la película. ¿O acaso no es sencillo pensar en formas mucho más dramáticas de asustar en muchas escenas, como por ejemplo en la que comienzan a caer volúmenes de una librería? Eso no sucedía en las obras míticas del género, por supuesto de décadas ya lejanas, como pueden ser la mencionada La semilla del diablo, El exorcista o La profecía, y eso es justo lo que hacía que Expediente Warren fuera una película más que apreciable. Pero Annabelle se contiene tanto, es tan facilona y previsible, y desperdicia tantas oportunidades de ser algo diferente, que lo sorprendente es que haya un vínculo real entre estas dos películas.
Y el caso es que es un filme que seguramente convencerá a muchos espectadores, porque otros tantos similares lo han hecho ya antes. Sus planos desde ángulos enrevesados y sus sustos fáciles están pensados para satisfacer a audiencias con pocas pretensiones, de las que no se van a parar dos segundos a analizar el porqué de cada diálogo, de cada decisión que toman los personajes o los enormes agujeros que hay en el planteamiento. No deja de ser una lástima que Annabelle sea en casi todo (desde la pretensión de gastar menos para ganar más a la de rebajar la calidad para ofrecer un producto de consumo rápido) un reflejo de lo que es el cine de terror en nuestro días, una cinta sólo salvable por lo que una imaginación retorcida de un espectador que sí sepa saborear la esencia del género pueda recrear con lo que en realidad está viendo en pantalla.
Puntuación: 3 / 10
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