Recuerdo muy bien la primera vez que jugué a God of War en la extinta PlayStation 2. Recuerdo disfrutar machacando botones, destruyendo hordas de enemigos y disfrutando de una historia que, por aquel entonces, creo que era algo secundario. Años después volví a pasarme la trilogía original (también la precuela God of War: Ascension) y descubrí que había mucho más que machacar dos botones sin parar. God of War era un espectáculo increíble que contaba la historia de un hombre atormentado, un soldado que quería ser el mejor y ganar batallas para los dioses, recordemos que estamos en la mitología griega, y que era traicionado por uno al arrebatarle a su familia. De ahí nació el odio de Kratos, nuestro protagonista, pero también su perdición, pues su ciega ambición le hizo cometer actos terribles. God of War 2 y God of War 3 se distanciaron mucho de esto y no veíamos esa historia de redención, de búsqueda del perdón. Era matar por matar. Y Ascension eran más de lo mismo.
Por eso, cuando en el E3 de 2016 Santa Mónica Studios presentó un adelanto de un nuevo God of War, lo tomé con miedo. Miedo a que fuera una vez más de lo mismo. Miedo a volver a machacar botones. Miedo a que Kratos, un icono ya de los videojuegos, estuviera vacío. Pero a la vez tuve esperanza. El gameplay que mostraron era distinto, se había cambiado la cámara, te acompañaba otro personaje y el sistema de combates era diferente. Desde entonces quise jugarlo. Y ahora que he concluido el viaje de este nuevo God of War puedo decir abiertamente que estamos ante una obra maestra de un precio incalculable. God of War ha dado un giro de 360º a su propia identidad. Ahora es un juego mucho más adulto, que gana enormemente en las pausas dramáticas y en la historia perdiendo parte de su brutalidad sanguinaria, sin eso quitarle un ápice de la espectacularidad y la violencia de la saga. Y es que God of War no se entendería sin ver a Kratos demostrar su brutalidad espartana, aquella que nos cautivó en el primer God of War.
God of War es una historia de redención. Una historia de aprendizaje. Una historia de sacrificio. Una historia de ser aquello para lo que nunca pensantes que estarías dispuesto. God of War es una historia de un padre y un hijo. Siempre hemos sido testigos de la lucha vengadora de Kratos por haber sido traicionado por Ares y asesinar a su familia griega. Ahora, pasado el tiempo, Kratos ha rehecho su vida y ahora tiene un nuevo hijo, pero su esposa ha muerto. Y ese es el punto de partida: La subida de Kratos y Atreus, el hijo del espartano, a la cima más alta para echar las cenizas de su esposa. Un guion simple pero que rápidamente se convierte en algo portentoso, pues la cantidad de capas que presenta es increíble. No solo es un viaje para llevar unas cenizas, es una historia de crecimiento, de como un niño pasa de la niñez más absoluta a ser un adulto, pues el viaje que presenta no es nada fácil. Y menos con todo lo que la mitología nórdica presenta. Y es que es increíble que ese hable tanto de la historia de God of War, cuando siempre era la venganza.
Pero este nuevo God of War también ha cambiado dentro del propio juego. Lo primero que llama la atención es la posición de la cámara detrás de Kratos, en lugar de la cámara a distancia de toda la vida. Con esto sentimos más de cerca al personaje y más brutalidad en sus acciones. Además, con el movimiento de la cámara podemos ver y ojear todo lo que tenemos alrededor dándonos una perspectiva diferente. Y en eso entra el mayor acierto de todos: El plano secuencia. En cine el plano secuencia se usa, especialmente, para dar espectacularidad o para darle un sentido total a un momento de la película. Aquí es para todo. Desde el minuto uno, el juego se desarrolla sin cortes, mostrando el nivel al que Santa Mónica ha llevado a PlayStation 4 al máximo, demostrando que si se hacen las cosas bien las cosas pueden ser realmente espectaculares. Y yo que pensaba que los gráficos de Uncharted 4: El desenlace del ladrón y Horizon: Zero Dawn eran insuperables. Pero lo que han hecho en God of War es una auténtica brutalidad. Desde las luces, los escenarios y los cambios climáticos, hasta las animaciones de Kratos o la espectacularidad de las secuencias de acción, que son para quitarse el sombrero.
Y para rematar, God of War tiene un sistema de combate totalmente actualizado y renovado. Ya no es un Hack and Slash como sus primeras entregas, mantiene en los combates esos momentos frenéticos de pulsar el botón sin parar, pero ahora también entra en juego la estrategia. Las espadas del caos ya no están y ahora nos acompaña el Hacha Leviatán, un arma que da mucha profundidad al combate. Es un arma que podemos lanzar donde queramos y recuperarla al presionar un botón. Esto da muchas posibilidades, tantas que cuando comienzas estás algo perdido, pero a medida que avanzas te sientes tan poderoso con esa hacha que le sacas todo el partido. Ataques especiales, combos, lanzar el hacha ir a pegar a un enemigo y llamarla y que al llegar haga daño a otro enemigo…un millón de posibilidades. Al igual que el árbol de crecimiento que, al principio puede ser complicado, pero que cuando empiezas a indagar lo captas por completo.
No he querido decir nada de enemigos, de personajes que aparecen en la historia ni nada similar por no querer estropear la historia a nadie. Solo diré que tiene los momentos más épicos que he visto en un videojuego. Son una auténtica locura. Por ahora es un firme candidato a GOTY del año. Una auténtica obra maestra de los videojuegos.
Puntuación: 10/10